En los tiempos que corren se habla de crisis dentro de la Iglesia. El Cardenal Robert Sarah, en su último libro publicado con gran éxito en nuestro país, examina con bastantes detalles y gran clarividencia cuáles son esos síntomas malignos que aparecen en la Iglesia, sin olvidar lo que es incluso más preocupante, la crisis social en Occidente, que se arrastra hacia una idolatría y un materialismo verdaderamente preocupantes.
El hombre occidental -incluido el de España o Italia, países con más raigambre católica- está desorientado. Se ha olvidado, hasta límites sorprendentes, de cuál es el sentido de su vida. Hay todavía manifestaciones religiosas. En nuestro país las procesiones y festejos litúrgicos de diverso tipo se mantienen en gran medida. Esperemos que no sea solo como un hecho sociológico, con el tirón de festejo inevitable. Pero muchas personas, en su vida privada están llenas de vacío. No se acuerdan hacia donde van.
Gracias a Dios esto es una generalización. Conozco a muchas personas ocupadas en vivir una vida notoriamente cristiana. Pero podemos decir, sin pararnos a hacer estadísticas, que hay una mayoría que se ha olvidado del sentido de su vida. Ya no se acuerdan de que su meta es ganarse el cielo. Y aunque no se acuerden de ello, es lo que verdaderamente importa. Por lo tanto, como no lo tienen en cuenta, viven tristes.
El Cardenal Sarah nota que una importante mayoría ha perdido el sentido de la adoración. No tiene una idea muy clara de lo sagrado. Ha perdido de vista a Dios. En su libro “La fuerza del silencio” dice: “El silencio contemplativo es un silencio de adoración y de escucha del hombre que se presenta ante Dios. Presentarse en silencio ante Dios es orar. La oración nos exige conseguir hacer el silencio para oír y escuchar a Dios” (p. 78). Postrarse ante Dios, una muestra de humildad, de reconocimiento, de sumisión, porque Él nos lo ha dado todo. Lo olvidan muchos, han olvidado el significado de lo sagrado.
En su último libro abunda en esta idea, que para él es central: “Dios nos ha elegido para que le adoremos y el hombre no quiere arrodillarse. La adoración consiste en ponerse ante Dios con una actitud de humildad y de amor. No se trata de una acción puramente ritual, sino de un gesto de reconocimiento de la majestad divina que expresa una gratitud filial. No deberíamos pedir nada. Vivir en el agradecimiento es algo fundamental” (p. 34). Quizá lo hemos considerado muchas veces, pero leyendo estas líneas del Prefecto de la Congregación para el Culto Divino -persona adecuada para hacer esta advertencia- nos hacemos más consciente de la gravedad que encierra. Olvidar la presencia de Dios entre nosotros.
Y descubrimos, si nos fijamos un poco, en cómo esa actitud se aprecia hasta entre las personas que van a la Iglesia el domingo. Tienen todavía el sentido de la obligación, pero han perdido la devoción. “¿Cuántas iglesias occidentales se utilizan como salas de concierto? Dentro de ellas se habla igual que en cualquier otro sitio, como en una sala de reuniones normal y corriente. El auténtico modelo es Moisés delante de la zarza ardiente. Que no digan que lo importante es la actitud interior: esta solo es real y permanente si se manifiesta con gestos externos y concretos. En Occidente la desaparición de Dios ha desterrado todo lo que hay de sagrado en la existencia humana. Lo sagrado se ha convertido en una minucia” (p. 154) nos dice también el cardenal.
¿Qué es lo que está pasando? ¿Qué puedo hacer yo? ¿Cuál es mi sentido de adoración? No sería bueno quedarnos en una queja vacía sin hacer una reflexión personal.
Ángel Cabrero Ugarte
Card. Robert Sarah, Se hace tarde y anochece, Palabra 2019