La teoría sociológica del profesor polaco Zygmunt Bauman (1925-2017) acerca del llamado “pensamiento liquido”, ha sido ampliamente difundida en el mundo entero, en primer lugar, a través de sus muchas publicaciones y libros, pero, sobre todo, mediante conferencias, coloquios, diálogos interdisciplinares y vivos debates públicos, de modo que su pensamiento se ha ido extendiendo hasta convertirse en un lugar común.
Entre las muchas definiciones de su teoría, que el profesor Bauman presenta, de hecho, como omniabarcante, me quedaría con la siguiente pues me parece muy vivencial y fluida: “se trata de la experiencia en un mundo líquido-moderno un mundo al que le interesa poco la inmortalidad, que no tiene tiempo ni lugar para los valores eternos, que va tropezando entre un episodio (rápidamente olvidado) y otro (aún por ocurrir)” (76).
Precisamente, el tema del arte, ha sido la piedra de tropiezo de su teoría. A mi modo de ver, el planteamiento general de Bauman ha encallado al abordar el tema del arte y ponerlo en conjunción con su teoría del pensamiento líquido, del fluir sin preguntarse hacía donde fluye el pensamiento, ni si tiene dirección, ni si conviene preguntarse esta cuestión (60).
Es lógico que fuera así, pues el arte tiene mucho que ver con la contemplación, con la mirada del artista y la mirada del que se detiene ante una obra de arte para contemplarla, ambas tienen mucho que ver con mirar más allá, y eso choca con la fluidez y rapidez. Al menos, podría chocar con el arte como contemplación y podría quedar la liquidez para el arte de la mirada rápida, pero mirada.
Ante este tema, Bauman esté destinado a denostar determinado arte y preferir otro, pues como él mismo ha señalado: “El arte porta el mensaje de aquello que puede durar e ir más allá de la vida de cualquier individuo, por poderoso y brillante que sea. Y por esta razón el arte anima a hacer visible lo que de duradero pueda tener lo pasajero (…). El arte respira eternidad. Gracias al arte, una y otra vez la muerte queda reducida a su verdadera dimensión: en el fin de la vida, pero no el límite de lo humano” (17).
En definitiva, al menos en esta cuestión, el asunto la ni está claro, ni está cerrado, pero seguro que puede considerarse este debate como muy productivo, para los próximos años, pues los museos y galerías de arte siguen creciendo en el mundo entero.
En cualquier caso, vale la pena leer, como muestra, la dura polémica entre Bauman y el artista Herman Braun-Vega, tal y como se expone en el libro (70) y, sobre todo, la dura recriminación de este último, como respuesta a lo que Bauman había interpretado de su obra: “Resumiendo, creo que mi trabajo está en las antípodas de lo que el profesor Bauman define como cultura líquida” (106).
José Carlos Martín de la Hoz
Zygmunt Bauman, Arte, ¿líquido?, ed. Sequitur, Madrid 2015, 106 pp.