En el mes de marzo de 1539, en la antigua y reformada ciudad de Ginebra, en la actual Suiza, se recibía una, extensa, amable y elegante carta escrita en un latín ciceroniano y firmada por el cardenal humanista italiano de sesenta años Jacopo Sadolero, que había sido nombrado cardenal por el papa Paulo III en 1536 junto personalidades tan significativas como Pole y Cafarra. Efectivamente, la carta llegaba redactada como miembro activo de la Comisión cardenalicia creada por el papa para la reforma de la Iglesia, como se decía entonces caput et membris, y no dejaba resquicio para la duda: se trataba de una petición de cuentas en toda regla a dicha ciudad.
El tono de la carta era sobrio, elegante, sereno pero muy firme en el fondo, pues conminaba a los miembros de la Iglesia de esa ciudad a examinar los motivos de fondo que los había llevado a separarse peligrosamente de la comunión eclesiástica y, por tanto, a romper la unidad de la fe en Jesucristo, único camino de salvación, seguramente debido a un error de apreciación o a ceder a las insidias de un predicador que les habría engañado con falsos argumentos.
A las autoridades de la recientemente creada comunidad calvinista de Ginebra, les pareció oportuno contestar a tan exigente carta con una larga explicación de las raíces de la reforma que habían llevado a cabo, para lo cual nada mejor que entregarle la carta del cardenal Sadoleto al reformador Juan Calvino para que se encargara de responderla con los argumentos que ya había explicitado en su famosa obra escrita en latín; Institutio Religionis christianae, donde aportaba, según Tourn, “una visión orgánica y sintética” (14) y publicada por él en 1535 y que había aplicada el mismo Calvino a la ciudad de Ginebra.
Juan Calvino era ya entonces un fino jurista de apenas treinta años, con ideas muy firmes acerca del alcance de la reforma que pensaba llevar a cabo en la Iglesia, de la predestinación de la que partía, pues indudablemente, partía de ese envío para todo y en todo momento. Además, estaba dotado de una fuerte voluntad de hierro, para aplicar las medidas que tomaba sin dilaciones ni flaquezas. Su lenguaje era más filológico que teológico, y era más un gobernador que maestro de vida (15).
Este es el origen de un interesante trabajo publicado ya a finales de ese año de 1539 en el que se recogían las dos misivas que acabamos de describir y que constituyen en sí mismos un documento excepcional. Por supuesto, merece la pena volver a leerlas, siglos después, casi en su quinto centenario, en esta nueva reedición que ha llevado a cabo el historiador valdense Giorgio Tourn, que ha utilizado los mejores documentos para la edición, añadiendo notas críticas y una adecuada ambientación y una espléndida introducción a la disputa.
El trabajo que ahora presentamos tiene la peculiaridad de responder a la inveterada pregunta acerca del “aggiornamiento o la reforma”. En realidad, como recordaba san Pablo VI, la Iglesia siempre está reformándose apara ser coherente con el Evangelio.
José Carlos Martín de la Hoz
Giorgio Tourn, Aggiornamiento o reforma della Chiesa?, ed. Cladidana, Torino 2019, 118 pp.