Conocer para amar

 

Los abundantes comentarios y explicitaciones que se han ido publicando a lo largo de estos veinte y siete años acerca del contenido del nuevo catecismo de la Iglesia católica, tienen como objeto traducir, trasladar y acercar a las diversas culturas y mentalidades, la auténtica y completa revelación que nos trajo nuestro Señor Jesucristo, siempre nueva y siempre auténtica.

Deseamos ahora presentar brevemente el ensayo elaborado por el extraordinario profesor, poeta y académico José Miguel Ibáñez Langlois, miembro de la Comisión Teológica Internacional, quien ha resumido en un magnífico trabajo, algunas de las clases impartidas durante muchos años a jóvenes estudiantes universitarios chilenos que deseaban conocer más a fondo la fe y la moral cristiana.

El hilo conductor de estas clases y sencillas glosas al catecismo, podría resumirse en una sola y clara afirmación: el amor a la verdad y la persona divina que la sustenta.

Así pues, se podría añadir que estas ideas permiten recordar una vez más, que quien conozca mejor, podrá amar más, y nada más apasionante que conocer a Jesús de Nazaret y su doctrina salvadora para quedar prendados de sus labios y de la verdad que transmite.

Precisamente la prosa de Ibáñez Langlois nos explica que se puede hablar de Dios y de los misterios de Dios desde la sencillez y la claridad y desde los ejemplos de los Santos, como hará nuestro autor al tratar del problema del mal y proponernos con san Josemaría la doctrina paulina del “omnia in bonum”, del “todo es para bien”, pues Dios de grandes males, saca grandes bienes (69). Desde luego, nos dirá con gracia que “el azar”, como explicación al origen del mundo es “la providencia de los necios” (106).

Cuando nos habla de la identificación de Dios Padre con Dios Hijo, de la entrega infinita en el misterio de la Redención y de la Resurrección, exclama: “En su corporeidad gloriosa, Jesús está ahora bajo el dominio exclusivo del Padre del cielo” (163).

Así mismo, hemos de recordar con el autor la entrega de este tesoro de la revelación magníficamente expuesta por Langlois, se ha hecho a la Iglesia, quien lo conserva y trasmite de generación en generación, pues, aunque adopte formas históricas variables “todas esas formas históricas suyas son fieles al núcleo invariante de la constitución que Cristo le dio y que los apóstoles recibieron de él” (184).

Lo importante es lo recibido, lo consecuente es la fidelidad de la Iglesia a Jesucristo y la fidelidad de cada cristiano a Jesucristo, es decir, fieles en la verdad y en la práctica de la verdad. Aquí está el camino de la felicidad, como recuerda san Josemaría: “Nada hay mejor en el mundo que estar en gracia de Dios” (camino n. 286). Como cuando la eucaristía se conservaba en las casas de los cristianos (221).

Es interesante la referencia de nuestro autor, intencionalmente puesta, acerca de la polémica de Bossuet y Fenelón, cuando nos dice que en el siglo XVII “Fenelón postulaba el amor a Dios puro y del todo desinteresado, y se le enfrentó Bossuet, para quien ese amor no podía existir, por nuestra necesidad De Dios, y el consiguiente interés que hay siempre en ese amor” (265). A lo que suma la llamada a una mirada limpia (293).

 

José Carlos Martín de la Hoz

José Miguel Ibáñez Langlois, El amor que hizo el sol y las estrellas. Fundamentos de vida cristiana, ediciones Rialp, Madrid 2019, 329 pp.