La pregunta por la felicidad atraviesa la historia hasta nuestros días. Desde los filósofos griegos hasta los grandes escritores no han cesado de responder a este requerimiento básico del ser humano. El deseo de felicidad es innato y solo Dios puede colmarlo en plenitud, pues como dice el Catecismo de la Iglesia Católica: "El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer hacia sí al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar" (n. 27).
Hace diez años el profesor mexicano Francisco Cantú publicó un interesante trabajo el sobre el sentido y la búsqueda de la felicidad, siguiendo el hilo expositivo de La ética a Nicómaco de Aristóteles. Un trabajo que mantiene toda su frescura y actualidad, pues como decía el estagirita: "El amor a la verdad tiene salgo de sagrado" (Ética a Nicómaco 1,6, 1096a, 17, p.33).
No podemos olvidad que el estagirita tuvo la virtualidad de avanzar: "El realismo aristotélico reacciona fuertemente contra el mundo de las ideas de Platón y busca el fundamento de la verdad y bondad en el universo físico tal como es conocido con la experiencia sensible" (p.37).
Es cierto que para Aristóteles la felicidad trabaja como actividad. Por tanto, está vinculada con la virtud (Cfr. Clemente de Alejandría, Stromata n.22). Es un camino hasta llegar a la bienaventuranza. Para Aristóteles la felicidad es el bien supremo y fin último de la actividad humana (p.40).
El profesor Cantú ordena su exposición en tres partes. En la primera, aborda el estudio de la naturaleza del sujeto que despliega esta actividad (la búsqueda de la felicidad) conforme a la que es la más perfecta de las virtudes. (67). Se trata de buscar cuál es esa singular virtud y en el caso de que fuera la sabiduría, estudiar cómo se ejercita. La conclusión de esta parte será que el hombre está dotado de un alma racional. Cantú explicará cómo frente a Averroes que niega la inmortalidad del alma y su responsabilidad moral, Santo Tomás subrayará que Aristóteles defiende la espiritualidad e inmortalidad del alma humana. Hay, por tanto, una unidad del intelecto y, a la vez, pluralidad de almas humanas.
En segundo lugar, Cantú se centrará en el objeto principal de la felicidad, es decir, el supremo inteligible, Dios. La conclusión será que "la virtud es un hábito electivo que consiste en un término medio relativo a nosotros determinado por la razón como lo haría el hombre prudente" (Ética Nicómaco II, 6, 1107a2.). Y, por otra parte, concluye que "la sabiduría contiene en grado eminente las perfecciones de la ciencia y la inteligencia, puesto que por ella el sabio no sólo conoce lo que se deriva de los principios sino que tiene un conocimiento de los mismos principios" (p. 102).
Finalmente, el autor, llega al corazón de su estudio: el acto propiamente contemplativo. En esta parte presenta dos conclusiones: Dios está presente como el último fin: Causa incausada, motor inmóvil. Sustancia pura. Belleza infinita y Acto puro. Además, se tratará de una desinteresada contemplación de la verdad.
Por otra parte, explicará cómo para Aristóteles la contemplación de Dios es pura sabiduría, verdad, belleza y bondad infinitas. Es más, la sabiduría es la ciencia suprema sencillamente porque se ocupa del conocimiento del fin último de todas las cosas. Finalmente, La sabiduría es la primera en importancia pero la última en adquisición, pues llega tras la ciencia, la virtud y el conocimiento.
A lo que añadirá las notas de la contemplación en Aristóteles: excelencia, continuidad, delectación, autarquía, amada en sí misma y que se realiza en el reposo.
José Carlos Martín de la Hoz
Francisco Cantú, Contemplar para amar, Ediciones fondo de cultura económica, México, 2004, 318 pp.