De nuevo los desplazados por la guerra, los perseguidos, los que tienen que abandonar su hogar. Recomiendo la lectura de “Un mapa de sal y de estrellas”, opera prima de Jennifer Zeynab y, por ello, especialmente meritoria. Advierte que es ficción, pero leyendo esos relatos percibimos que estamos ante las vidas de multitud de personas que han tenido que abandonar su ambiente, su vida, quizá todas sus cosas, para refugiarse donde buenamente puedan, sin nada.
El padre de Nour, -una niña siria que nos cuenta todas sus dificultades de desplazada- le contaba un cuento ocurrido casi mil años antes, en tierras muy similares a las que ellos, Nour y su familia, tienen cerca. En esta historia se alterna el cuento de Rawiya, también una niña, algo mayor que la relatora, con la historia actual, contemporánea, de nuestros días. La mezcla final es amable y muy bien traída. Quizá es ocasión de recordar que los mejores libros de literatura son aquellos que da pena que se acaben. Es el caso.
La problemática es la de siempre y la discusión está servida. Muchos se quejan de la problemática de los emigrantes. No podemos acoger a tanta gente, dicen con cara de enfado. La queja es comprensible, sobre todo cuando hay datos para afirmar que hay muchos deportados llegados a nuestras fronteras que han tenido más ayuda para sobrevivir que muchos españoles. Nos encontramos, pues, con un problema político y social de gran envergadura.
El Papa Francisco ha recordado la escasa colaboración de las naciones ricas para invertir en esos países pobres, y así facilitar trabajo y evitar que tantos tengan que irse. Lo que es indudable es que la mayoría de las personas que tienen que abandonar sus vidas es porque no les queda más remedio. No quieren dejar su ambiente, su hogar. Por eso, si se fortaleciera la economía de esos lugares de origen, se evitarían esas oleadas constantes de emigrantes.
Pero no hay que olvidar que en muchos casos nos encontramos con personas que tienen que huir no porque su país sea pobre, sino más bien porque casi no existe, lo están destruyendo las guerras. No se puede sobrevivir en medio de una guerra. Y huyen, como pueden, a donde pueden, y quedan, a veces, en el fondo del mar, o muertos de hambre en el intento. ¿Podemos impedirles que lleguen?
No hay que olvidar que, en muchos países pobres, donde las personas mueren de hambre, lo que hay es un tirano corrupto que no permite otra solución que no sea su propio capricho, y que ese tipo de gente no permitiría que las multinacionales ayudaran en su economía. No hay soluciones fáciles, y mientras en la ONU se discuten problemáticas inútiles, las personas mueren en el camino.
No se resuelve en dos días, pero está claro que lo que no podemos hacer es cruzarnos de brazos y cerrar las fronteras. Y es lo que se desprende nítidamente de esta novela, donde la autora advierte de que los personajes son todos ficticios. Hace bien en recordar que estamos ante una novela, porque la lectura de esta obra nos lleva con viveza a esos problemas graves que no podemos obviar.
Ángel Cabrero Ugarte
Jennifer Zeynab Joukhadar, Un mapa de sal y estrellas, Lumen 2018