Para la comprensión de la vida y la obra del teólogo dominico, fray Domingo de Soto (1495-1560), es preciso situar su vida en el transcurso de tres acontecimientos fundamentales: el desgarro de la unidad con la revolución protestante, la fortaleza de la fe con la reforma tridentina y la expansión de la fe con el descubrimiento de América y la expansión de la fe en Asia.
Así pues, la teología y el derecho que salió de la pluma de Soto y, en general, de los autores de la escuela teológica jurídica y canónica de Salamanca durante el siglo XVI alumbró muchos de los grandes problemas de su tiempo, pues se trataba de un magisterio vivo y muy cercano a la realidad que se estaba viviendo entonces en la vieja Europa.
La sola enumeración de las cuestiones que abordaron es suficientemente ilustrativa: el poder político, el descubrimiento de América, la pobreza y el desarrollo humano, la economía y el interés bajo en los préstamos, la cuestión de la guerra justa, el divorcio de Enrique VIII,
Desde luego, podemos afirmar que Domingo de Soto no era en absoluto indiferente a la entrada del maquiavelismo en el mundo de la política de su tiempo, mediante la ruptura de la unidad de la fe Cristiana en europea, cuando Enrique VIII toma la determinación de convertirse el mismo en la cabeza de la Iglesia de Inglaterra y someter el poder religioso al poder civil.
Lógicamente, cuando Francisco de Vitoria en sus relecciones teológicas habla de las relaciones entre el poder civil y el poder eclesiástico, estaba afirmando que “el rey es un ministro de Dios” y a quien da cuentas es a Dios y a su conciencia y en ese marco podría ser criticado por el santo Padre, sino velara por el bien común.
Prueba de que esos principios calaron en el pueblo es, por ejemplo, que Calderón de la Barca, en su obra “saber del mal y el bien”, defenderá la idea de que “el rey tiene el poder absoluto y que nadie puede discutir ni desobedecer sus deseos, incluso aquellos que non impropios de un monarca” (edición de Roncero, 2019, 36). Mientras que Maquiavelo en su obra El príncipe (1532) hablaba de la razón de estado como único argumento para la arbitrariedad del monarca católico que no debía consultar a nadie más que a su conciencia (18).
Enseguida Fumaroli al traer a colación el clima donde nace Gracián nos recordará que para Maquiavelo la política era un arte humano autónomo liberado de las trabas morales y religiosas.
Lógicamente, para Soto y después para Gracián, el poder viene De Dios y lo otorga al emperador y al papa cada uno en su orden y siempre destinado al bien común y a la salvación de las almas, por lo que Maquiavelo fue derrotado con sus propias armas; la razón de estado es el bien común y orientado por la Gracia de Dios.
José Carlos Martín de la Hoz
Marc Fumaroli, La extraordinaria difusión del arte de la prudencia en Europa. El oráculo manual de Baltasar Gracián entre los siglos XVII y XX, ediciones acantilado, Barcelona 2019, 178 pp,