En 1951 un autor desconocido, Eric Hoffer (1902-1983), publicó un libro con el nombre del Verdadero creyente, que fue un éxito editorial en Estados Unidos y que, después de numerosas reediciones, le otorgaron el premio de la Medalla Presidencial de Estados Unidos en 1983, como un verdadero reconocimiento a su defensa de la libertad.
El libro comienza con un tono moderado y, desde el inicio, el autor se muestra como un escritor sin pretensiones ni literarias, ni científicas, que va a exponer lo que son sus observaciones.
El objetivo del trabajo y del resto de su obra, es la caracterización de los movimientos de masas, comienzo, génesis, fanatismo incipiente, causas de aceleración, factores unificantes, como el odio, la desventura, el fracaso y, la consecuencia, la pérdida de individualismo.
De manera habitual los ejemplos que se van exponiendo, son las ideologías nazi y comunista: cómo alcanzaron el poder y se impusieron mediante la violencia extrema y el maquiavelismo, el pensamiento único, la lucha contra un enemigo y los factores de aglutinamiento y pérdida de humanismo.
El problema estriba en que en el último tercio del libro, de manera muy sutil al principio y descarada poco después, Hoffer identifica ideología con Iglesia católica, Islam y judaísmo, de modo que, de una manera subliminar, va haciendo que el lector tenga la convicción de que se comporta del mismo modo una religión revelada como el catolicismo como la Alemania de Hitler.
Se habla, por ejemplo, de la obediencia, como la obediencia ciega y, en seguida, citará una Encíclica del papa León XIII, para remachar que la Iglesia, como los demás movimientos de masas, ve la obediencia como una fe necesaria para sus objetivos, pero sin libertad, ni voluntad (202). Seguidamente aducirá la leyenda negra de los cristianos que supuestamente quemaron la biblioteca de Alejandría después de matar a la filósofa Hipatia (203).
El colmo será cuando retoma el tema de los desfiles militares de la época de Hitler y de cómo sirvieron para lograr la uniformidad del pensamiento, a modo de grandes liturgias. El tono del discurso se hace casi blasfemo, cuando pretende aducir que la liturgia cristiana tiene los mismos fines (209).
La obra termina por resultar completamente desagradable y fuera de todo lugar (271). Un insulto al sentido común y a lo sagrado más elemental. El autor no ha comprendido lo que es la religión cristiana y lo que ha supuesto para la civilización occidental. Sin la Iglesia ni habría caridad, ni escuelas, ni respeto a la libertad de los demás, ni defensa de la dignidad de la persona humana.
Menos mal que la oración personal con Dios nos facilita el perdonar esta y otras tonterías y seguir trabajando para difundir el bien y la verdad con caridad , sin fanatismos, pues solo quien trata a Dios puede perdonar y confiar (192).
José Carlos Martín de la Hoz
Eric Hoffer, El verdadero creyente, ediciones Tecnos, Madrid 2009, 278 pp.