El camino de Cristo

 

El comienzo del siglo XX en Alemania vio nacer un intenso vivero de jóvenes y prometedores filósofos alrededor de la gran figura de la fenomenología, el filósofo Edmund Husserl (1859-1938). Uno de los cuales fue el especialista en ética y filosofía de la religión Max Scheler (1478-1928), a quien ahora deseamos recordar, entre otros motivos, por la influencia de su teoría de los valores, en el pensamiento filosófico de san Juan Pablo II.

Así pues, la lectura de los libros de Max Scheler, uno de los grandes pensadores del siglo XX, es siempre ocasión para realizar algún comentario al hilo de las notas tomadas o de la atención de algún pasaje. Ahora, al concluir la lectura del interesante trabajo del filósofo y ensayista acerca de las figuras de los líderes y de los modelos, redactado en el marco del período de entreguerras del siglo pasado, deseamos fijarnos, aunque sea brevemente, en algunas facetas del magnífico e intenso discurso que realiza sobre la santidad.

Entre otros temas de interés, Scheler se detendrá con particular intensidad sobre la meditación y el seguimiento de Cristo. En efecto, al hablar de los santos en el ensayo que estamos reviviendo, nos recuerda que siempre en la Iglesia católica al hablar de los santos, se parte de una convicción denominada “fama de santidad y de favores” y que ese camino de meditación de la figura suele terminar en invocaciones, es decir, en pedirle cosas a Dios por la intercesión del santo.

A la vez por creer en él y en su persona, como alguien unido a Cristo, como un verdadero mediador del que se obtienen favores, se termina por meditar sobre la vida del santo que había sido fructuosamente invocado (52).

Lógicamente, la unicidad de un santo con Dios permite que podamos fijarnos en la ejemplaridad de su vida, además su fama de intercesor y a la vez, de benefactor, es decir, de amigo de Dios y de los hombres, que provocará enseguida interés por conocer su vida y sus virtudes.

También señalará nuestro autor que entre los santos destaca Jesucristo, puesto que es el santo de los santos: “En ningún lugar aparece expresado esto con tanta claridad como en las palabras de Cristo: ‘yo soy el camino, la verdad y la vida” (Io 14,16). No solo es que diga la verdad, sino que él mismo la es: la verdad en forma de persona”.

La conclusión es clara: el cristianismo no es un paquete de ideas, o un conjunto de creencias sino el conocimiento, el amor, la veneración, la imitación hasta llegar a la plena identificación con una persona viva, es decir, con Jesucristo. En palabras de Scheler: “Esta es la esencia del cristianismo. Cristianismo significa, ante todo, creer en la persona de Cristo, que ‘es el camino, la verdad y la vida’ -no creer en una idea, quizá en la idea de que Cristo es Hijo de Dios-, y creer en la presencia eterna, viva y central de esa persona en el mundo y en la historia. También la afirmación ‘Cristo es Dios’ es valida solo por el testimonio de sí mismo de Cristo” (53).

José Carlos Martin de la Hoz

Max Scheler, Modelos y líderes, ediciones Sígueme, Salamanca 2018, 154 pp.