Santo Tomás de Aquino dedica mucho espacio en la Suma Teológica a hablar de lo infinito, es decir del infinito matemático, físico y de Dios, es lógico que eso sea así, pues sólo deseaba hablar de Dios, y que esas palabras hayan dejado huella profunda en los grandes pensadores y que sean constantemente objeto de estudios multidisciplinares. Pero también nos hablará de lo finito, pues Dios ha creado al mundo y ha creado al hombre, por tanto, la finitud e infinitud se cruzan en las obras de sus manos, como la creación y el hombre, pues enseguida expresan la importancia del paso de lo infinito con lo finito, cuando Dios creo el tiempo, el espacio y la vida.
Es pues muy importante la consideración de la cercanía de lo sobrenatural, pues hay con la encarnación del verbo una invitación de Dios al hombre, no solo a su alabanza, gloria, trato y a su seguimiento, sino también a la intimidad.
Así mismo es una manifestación el paso de los santos por la tierra y la estela que dejan en el mundo, y su entrada en el cielo, cuando se constituyen en modelos e intercesores de todo el pueblo de Dios. Los santos también manifiestan la eficacia de la gracia, son pues, también el paso de lo infinito a lo finito
El profesor Brown (1935), lo fue en las universidades más importantes de Inglaterra y Estados Unidos y es bien conocido en la historiografía cristiana de los primeros siglos, por sus trabajos infatigables sobre san Agustín y otras cuestiones relativas a la primitiva Iglesia, así como al imperio romano en aquellos siglos. En una de sus obras sobre los santos recoge muchos testimonios de esa relación de lo natural y lo sobrenatural.
Quizás lo expresa de un modo completo y muy gráficamente, el epitafio de la tumba de san Martín de Tours en el siglo V: “Aquí yace enterrado el obispo Martín, de santa memoria, cuya alma está en manos de Dios, pero él está plenamente aquí, presente, manifiesto en toda clase de milagros” (45).
Así pues, el culto a los santos que estuvo bajo la atenta mirada de los padres de la Iglesia para que no degenerara en la superstición, dio pronto frutos granados en la espiritualidad cristiana y sobre todo en la vida corriente de los cristianos: “En la década de 380 Ambrosio de Milán y en la década de 390 Agustín de Hipona trataron de atajar en sus asambleas cristianas ciertas costumbres funerarias, muy en particular la de banquetear en las sepulturas de los difuntos, bien en las tumbas familiares, bien en las memoriae de los mártires” (77).
Conservar y trasmitir el mundo sobrenatural. De hecho, nos recuerda Brown que hasta Hegel reconocía “la función de los clérigos como custodios de la eucaristía y de las reliquias en la Edad Media” (171). Así pues, concluirá Brown: “El hallazgo de una reliquia era mucho más que un acto de arqueología divina y su traslado era mucho más que una forma novedosa de erudición cristiana (…), ponían de manifiesto, en un tiempo y espacio determinados, la inmensidad de la misericordia divina. Anunciaban tiempos de amnistía. Infundían en el presente la sensación de liberación y perdón” (180).
José Carlos Martín de la Hoz
Peter Brown, El culto a los santos. Su desarrollo y función en el cristianismo latino, ediciones Sígueme, Salamanca 2018, 268 pp.