Cuando abordamos en serio y con toda hondura el estudio de la historia de la Iglesia, en verdad nos estamos enfrentando a un problema mucho más profundo, que es difícil de enunciar y, sobre todo, de abordar, pues se trata, nada más y nada menos que de historiar la salvación de las almas.
Así pues, cuando el famoso teólogo y escritor jesuita aragonés Baltasar Gracián (1601-1658), redacta su famoso tratado sobre “el criticón” o también llamado el arte de la prudencia, estaba pensando en algo tan complejo como el camino de la salvación.
De hecho, en la lectura de las obras del jesuita parece como si tuviera en la cabeza, de alguna manera, la afirmación de su paisano Aragonés, san Josemaría Escrivá de Balaguer (1902-1975), quien anotaría siglos después, en un punto de “Camino”: “eso que te preocupa ahora, importa más o menos, lo que importante absolutamente es que seas feliz, que te salves”. Es decir, que el fin último (aquel que se quiere de modo absoluto y en razón del cual se quiere todo lo demás), es alcanzar la salvación.
Por otra parte, no olvidemos el perpetuo referente de las palabras de San Pablo a Timoteo: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2, 3-4), pues son siempre actuales. Por tanto, el cielo está empeñado en nuestra salvación, por lo que solo falta nuestra colaboración.
En esto pensaba, cuando cayó en mis manos al ensayo del profesor Marc Fumaroli, catedrático de literatura de la universidad, sobre la figura del famoso teólogo y escritor jesuita aragonés Baltasar Gracián (1601-1658).
Fumaroli empieza su trabajo por enmarcar la figura controvertida de un jesuita crítico que con sus obras nos recuerda vivamente que el siglo XVII en España era realmente un siglo de teólogos (16)
Enseguida, Fumaroli nos explicará que Gracián escribe una obra moralista para el gran pueblo y sobre todo para los bien pensantes que gobiernan al pueblo y deben conducirlo con su ejemplo y su palabra (17).
Su tratado más conocido en Francia había sido publicado por Gracián en castellano en Huesca en 1647, con el expresivo título de “oráculo manual y arte de prudencia”, y se había traducido en 1684 en Paris con otro título y otra intención: “L’Homme de Cour de Baltasar Gracián”, de ese modo intentaron en la cultura francesa convertir la virtud de la prudencia en “algo basado en la naturaleza y la razón, y nada, o bien poco, al menos en apariencia, en la Piedad”(9).
Lo más interesante es que a Gracián no le preocupaba ni la lógica de los gobernantes, ni la coherencia de las ideas, ni la lógica de los argumentos con los que el hombre razonaba, sino sencillamente que los hombres se salvaran porque habían conocido a Jesucristo y habían conformado su vida con él, como muestra su tratado sobre la eucaristía.
Así es curioso que Gracián termine de convertirse en Francia en un hombre que sustenta con su obra “una hoja de ruta para almas grandes totalmente decididas a seguir siéndolo durante su viaje entre las almas pequeñas, ejerzan o no el poder supremo o unos importantes empleos o vivan noblemente una gran existencia privada, decididas en cualquier caso a no salir malparadas de unos tiempos revueltos y de las trampas de la sociedad humana” (31).
José Carlos Martín de la Hoz
Marc Fumaroli, La extraordinaria difusión del arte de la prudencia en Europa. El oráculo manual de Baltasar Gracián entre los siglos XVII y XX, ediciones acantilado, Barcelona 2019, 178 pp,