En el interesante trabajo publicado por el profesor Carpintero, de la Universidad de Cádiz, acerca del concepto de ley natural a lo largo de la historia, hay innumerables asuntos del máximo rigor intelectual. Especialmente interesantes, son las páginas relativas al comienzo de la secularización y a la desaparición fáctica del trasfondo teológico en los debates intelectuales desde Descartes en adelante.
En efecto, llegado el siglo XVII, se consolidada la división del cristianismo en diversas confesiones: “El hombre de la edad moderna quiso sacudirse las dependencias de los señores feudales, de la Iglesia y de los reyes. Acabó con el feudalismo, con las monarquías que se transformaron en estados modernos y quisieron quitarse el yugo de la Iglesia de las conciencias o al menos reducir su poder al ámbito privado. Primero, quisieron quitarse las aportaciones medievales en nombre del derecho romano autentico y genuino, pero finalmente desdeñaron el derecho romano, así como habían hecho con la lengua latina, y por el mismo motivo, es decir la prioridad de la propia tradición y la fuerza de las costumbres locales y las lenguas familiares, acabaron poniendo las bases racionales de las nuevas entidades nacionales y, además pusieron el fundamento en la razón (252).
Al ser cristianos los pensadores que llevaron el tránsito de lo medieval a lo moderno, partieron de la base de que la ley natural, la naturaleza y la libertad existían porque el ser humano era creación divina…pero esto ya en el comienzo del siglo XVII empezó a desdibujarse (252). Los filósofos de la ruptura empezaron a ver con sospecha a Grocio, pues situaba “el fundamento de la justicia en los primeros principios comunes e indemostrables de la razón práctica” (252). Así pues, llegaremos a Hobbes, “quien fue el primero en secularizar completamente el derecho natural, pero Hobbes no fue seguido expresamente porque había expuesto un materialismo demasiado explícito” (253).
Al terminar el concilio de Trento, en 1561, comenzó un movimiento teológico, filosófico y jurídico para darle la primacía al pensamiento católico sobre el protestante, donde la Compañía de Jesús y, especialmente, las obras de Molina y Suarez tuvieron mucho que aportar a los diversos debates.
De todas formas, es matizable la opinión de nuestro autor cuando afirma que: “La literatura de la época muestra que más o menos hasta mediados del siglo XVII la pugna entre católicos y protestantes se desarrolló en el terreno estrictamente teológico, no en el filosófico. Ambos bandos se nutrían de la filosofía escolástica; los moderados siguieron fundamentalmente a Suárez, y los progresistas combinaron las ideas con las de Escoto y Gerson cuyos libros se encontraban en todas las universidades. Esto implica, entre otras cosas, que ambos bandos, fuera de las diferencias estrictamente religiosas, tuvieron durante más de un siglo una cultura básica común. (…). Pero la intolerancia se fue extendiendo por uno y otro bando” (253). Me parece más claro distinguir entre los nominalistas y Escotistas, por un lado, y los tomistas renovados en Salamanca por otro.
José Carlos Martín de la Hoz
Francisco Carpintero, La ley natural. Historia de un concepto controvertido, ediciones Encuentro, Madrid 2008, 407 pp.