Erratas e impresores

 

En el siglo cuarto de nuestra era tuvo lugar el Concilio de Nicea (325), uno de los momentos más difíciles y de mayor trascendencia en la Historia de la Iglesia. En primer lugar, porque El Espíritu Santo suscitó una solución para el problema arriano y quedó, así, salvaguardada la verdadera doctrina la unidad y la Trinidad en Dios.

Asimismo, en esa reunión conciliar se trataron otras cuestiones disciplinares y pastorales, pues era el primer Concilio universal de la Iglesia Católica después de la paz Constantiniana (313), con la que la Iglesia recuperaba la libertad de actuación, su presencia jurídica y la existencia de  medios materiales, después de tantos siglos  de persecución y de vida catacumbal, aunque, lógicamente, como había profetizado Jesucristo, las persecuciones más o menos generales, abiertas o latentes, han continuado hasta nuestros días

Entre otras cuestiones, hay una de particular importancia a la que deseamos referirnos ahora, que fue la de la preocupación por las abundantes erratas que se había introducido en los textos sagrados y que se habían extendido por el mundo entero. Lógicamente, no afectaban a los textos fundamentales ni a la pureza de la doctrina, pero si a la belleza y la armonía de la palabra de Dios.

En efecto, al contar desde el Concilio de Nicea en la Iglesia con sacerdotes, monjes y laicos más preparados, se habían detectado erratas, introducidas por la ignorancia y la rapidez con la que habitualmente trabajaban los copistas y por las mismas persecuciones romanas que hacía a muchos copistas trabajar en la clandestinidad. Así lo narraba Somozano en su Historia eclesiástica.

Erasmo de Rotterdam (1466-1536), en el siglo XVI, ha pasado a la historia como un impulsor decidido de una nueva revisión de las erratas en la versión de la Vulgata que había sido realizada por san Jerónimo en el siglo V y que necesitaba una nueva revisión, pues los copistas habían introducido erratas y las invasiones bárbaras produjeron mucha destrucción de los bienes culturales y especialmente de los libros (162). Asimismo, Erasmo, buen conocedor del griego y del hebreo, con otros humanistas cristianos habían detectado mejoras en la traducción de los textos hebreos y griegos, también por el mejor conocimiento en su época de la literatura antigua de aquella época.

Finalmente, la aparición de la imprenta y de los grandes impresores, como Froben (174), fueron claves para que Erasmo impulsara un movimiento de mejora del texto sagrado que terminará por cuajar en la Neovulgata que ha sido publicada recientemente, retomando el impulso humanista del siglo XVI.

José Carlos Martín de la Hoz

Carlos Clavería Laguarda, Erasmo, hombre de mundo: evasivo, suspicaz e impertinente, ed. Cátedra, Madrid 2018, 369 pp.