Francisco García Lorenzana redacta este trabajo de divulgación sobre la Europa del siglo XVI, precisamente en el momento de la ruptura de la unidad de la fe y con la consiguiente atomización en diversas confesiones religiosas.
El objetivo y la intención que se había marcado el autor, era la de aportar a la historiografía un punto de vista distinto al teóricamente tradicional católico que podría esperarse de España, según los tópicos habituales.
En realidad, la perspectiva en este caso no ha sido del todo acertada por puro desconocimiento de la materia, pues es claro que García Lorenzana no es un especialista ni en historia moderna, ni en la cultura universitaria de ese periodo.
En España, desde hace muchos años contamos, entre otros, con buenos trabajos de investigación, como las obras completas de Lutero en castellano, merced al trabajo del catedrático de historia de la universidad de Valladolid Teófanes Egido y los estudios y publicaciones del catedrático de la Pontificia de Salamanca, Adolfo González Montes, actual obispo de Ávila.
Además está todavía en la calle la monumental obra de García Villoslada en dos volúmenes sobre Lutero que apenas tiene parangón en otros lugares y universidades de nuestro entorno.
Finalmente, hemos de recordar que el prefecto de la Congregación de la doctrina de la fe y uno de los mejores especialistas en la teología luterana, artífice del acuerdo sobre la justificación entre la Iglesia Católica y luterana, fue elevado al Pontificado con el nombre de Benedicto XVI.
Precisamente, en este año todas las grandes editoriales españolas con líneas de publicación dedicadas a la historia y al ensayo del pensamiento histórico, han publicado con motivo del quinto centenario de las tesis de Wittenberg trabajos escritos directamente en lengua castellana o sumas de trabajos colectivos o han publicado ensayos de autores extranjeros como el de Kaufman en Trotta o el de la italiana Ángela Pelliciari en ediciones Voz de papel.
Como el propio autor reconoce han cambiado mucho las cosas desde el Concilio Vaticano II con su impulso decidido del ecumenismo, del conocerse y comprenderse como escribía la doctora Jutta Burgraf.
No hace falta referirse a los escrúpulos enfermizos de Lutero o a su carácter colérico como si fueran rumore ocultos y antiluteranos, pues él mismo los narra y los muestra en las charlas de sobremesa y están publicados por sus seguidores.
Evidentemente, Lutero comenzó por intentar reformar la Iglesia y de hecho la mayoría de las 95 tesis de Wittenberg fueron adoptadas por la Iglesia Católica, pero también es cierto que terminó por reformar la Fe.
Basta con estudiar el tratamiento que hace Lutero y sus seguidores sobre la Santa Misa, así como los demás reformadores para descubrir no un problema de interpretación de los textos, como dice García Lorenzana, sino una negación del sacrificio de la Misa (98), tergiversando de ese modo la doctrina revelada por Jesucristo y reflejada literalmente en la Escritura, en la Tradición y en la vida litúrgica de la Iglesia hasta el día de hoy, como dejó claro el concilio de Trento en 1551 (105).
Para la unidad de los cristianos, como ha subrayado el Papa Francisco recemos por la unidad, construyamos la caridad y fomentemos la oración y el trabajo en común.
José Carlos Martín de la Hoz
Francisco García Lorenzana, La Reforma. Europa en la encrucijada ayer y hoy, ed. Plataforma editorial, Barcelona 2017, 234 pp.