Ha caído en mis manos una novela publicada en 2017, obra de la escritora catalana Tina Vallés. Autora sobre todo de relatos, por los que ha tenido un premio en 2012, esta breve novela, “La memoria del árbol”, hace pensar, precisamente, en un conjunto de relatos, ya que el libro está compuesto por una serie de capítulos muy breves, que a veces no llegan a una página. En todo caso es innegable su capacidad como escritora.
La historia de la que se trata es de una familia donde padres, abuela y un niño van siendo conscientes, poco a poco, de la enfermedad del abuelo, que comienza por la pérdida de la memoria. Historia breve que describe sobre todo la relación del chaval, de diez años, con el padre y, sobre todo, con el abuelo. Seguramente la intención de la autora es la toma de conciencia de la decrepitud, de cómo un ser querido va perdiendo facultades.
Pero a mí me ha dejado, antes que nada, la sensación del vacío de un hogar con un solo hijo. Como la autora consigue que entres en la vida y en los pensamientos de los escasos protagonistas, lo que a mí se me queda es la soledad de un chaval que convive con los abuelos, con lo que eso lleva de precariedad en las relaciones naturales de un niño. Convive con sus padres, pero menos, están muy ocupados, sobre todo la madre. Tiene cierta relación con un amigo, pero más bien poca.
No he podido sustraerme a la sensación de pobreza humana, de escasa relación del niño y me venía a la cabeza la maravilla de las familias numerosas. Por experiencia personal -a Dios gracias y a mis padres, somos seis hermanos- y por familias que conozco. Las relaciones de los hermanos, en edades diversas, proporcionan una riqueza de educación, de aprender a querer, de pronta responsabilidad, de maduración natural rápida, de capacidad de entrega, que me parece mucho más difícil en una familia con un hijo que, casi necesariamente es objeto de todas las atenciones.
Indudablemente las circunstancias serán muy variadas según las familias. Desde luego no vamos a entrar aquí en por qué una familia tiene un hijo o siete, porque bien sé que los motivos son variadísimos, y hay familias que soñaban con una gran familia, pero las dificultades de salud lo han impedido. Este no es el tema, pero sí es bueno que los padres con uno o dos hijos sean conscientes de las dificultades que surgen en la educación.
Siempre lo hemos oído, y creo que se puede comprobar en un gran porcentaje de familias, que en las familias numerosas los hermanos se educan entre ellos. Los padres deberán dedicar más tiempo a la familia que otros, pero sin duda el niño con varios hermanos no está suspirando porque llegue mamá a casa. La riqueza humana de cariño, con las diferencias que se dan siempre, lo que supone un aprendizaje de unos con otros, eso solo se encuentra en familias verdaderamente numerosas -hoy bastan tres hijos para llamarla numerosa…-.
Cada uno tendrá sus motivos, pero en general uno se da cuenta de que abunda el egoísmo de “ya veré como ando de tiempo”, “a ver si mes sitúo”, antes de tener el primer hijo, que llega con treinta y tantos años de los padres o incluso más. Eso, a parte de grave problema demográfico que sufrimos, tiende a hacer niños encaprichados, por lo tanto egoístas, por lo tanto tristes.
Ángel Cabrero Ugarte
Tina Vallés, La memoria del árbol, Anagrama 2017