En mis manos han caído, en tiempo casi coincidente, tres libros de “apariciones”. Ha sido totalmente casual, no creo que haya ninguna causa oculta que lo haya provocado. “La puerta del cielo”, de Reyes Calderón, me interesó cuando lo vi en la librería, por el tema, que se adivina en cuanto se ojea mínimamente, a pesar de la portada, que es poco atrayente. Me pareció atrevido el asunto, por complicado, sobre todo cuando no se pretende un planteamiento morboso. Las posesiones diabólicas, en otros autores, pueden dar lugar a situaciones rocambolescas y desagradables. También en este libro hay situaciones desagradables, como para quitarle el sueño a más de uno. Pero esta autora, de quien no había leído todavía nada, me pareció que podría tratarlo de manera adecuada.
Efectivamente, es una novela con mucha intriga, con un buen ritmo –quizá le sobran algunas páginas- con buena técnica narradora. Y plantea una serie de interrogantes en torno a algo tan resbaladizo, tan estremecedor y escabroso como es la presencia del diablo. Hay un cierto planteamiento científico, bien propuesto pero sin desarrollar, que deja con el misterio.
Por eso, cuando en los mismos días, cayó en mis manos un libro sobre fantasmas, el morbo estaba servido. Sobre todo porque “Fantasmas. De Plinio el Joven a Derrida”, de Amalia Quevedo, quiere ser un estudio científico e histórico. No es una ficción, aun cuando también examina en qué medida la ficción ha tratado el tema. La escritora chilena hace un repaso exhaustivo de la historia de las apariciones de los fantasmas, en las diversas culturas, en los diversos países, en obras literarias importantes.
¿Conclusiones? ¡Qué difícil! Sin duda la autora no da una solución única ni definitiva. Deja abiertas diversas puertas. ¿Hay muchos que creen en la existencia de los fantasmas? Para algunos esas visiones no son más que problemas psicológicos de personas un tanto perturbadas. Para otros tienen que ver con la presencia del diablo, ya que siempre producen desasosiego. Para otros pueden ser demonios o ángeles, según los casos, pero siempre con la permisión divina. Según muchos, son muertos “mal enterrados” y para algunos son almas del purgatorio que tienen que hacer penitencia.
Quizá lo que más desconcierta, al incauto lector con cierta formación cristiana, es comprobar la presencia de estos fenómenos en la Sagrada Escritura. El suceso que provoca la muerte de Saúl, el primer rey de Israel, su atrevimiento de pedir a una bruja que invoque a Samuel, porque le necesita para discernir sobre los graves acontecimientos de su precario reinado, y la aparición de Samuel, que se queja de ser molestado, es suficientemente desconcertante como para necesitar una explicación.
Pero además los apóstoles, en el evangelio, por dos veces creen ver un fantasma cuando ven a Jesucristo. Una cuando el Señor anda por el lago. Lo ven todos, muy claramente, y se asustan y gritan. Quizá nunca habían visto un fantasma, pero han oído hablar y ahora lo tienen delante, hasta que Jesús les tranquiliza. Y la segunda vez al verle resucitado, entrando en el cenáculo sin abrir la puerta, se dan un susto de muerte, porque creen ver un espíritu. El Señor tiene que pedirles algo de comer, pues bien saben ellos que los fantasmas son los espíritus de los muertos, y por lo tanto no pueden comer.
Un tema recurrente a través de la historia que no dejaron de tratar los filósofos modernistas, Freud, Schopenhauer, Jung, Marx, Hegel, etc., desde un punto de vista escéptico, buscando siempre una solución en la psique de un pobre enfermo.
Y un tercer libro a encuadrar en “apariciones”, “De María a María”, de Vallejo-Nágera. No he conseguido leerlo. Hice un intento, pero al descubrir que había imágenes, eché un vistazo y vi fotos de milagros y me pareció poco serio. Volveré sobre él si alguien me da razones de peso.
Ángel Cabrero Ugarte
Reyes Calderón, “La puerta del cielo”, Planeta 2015
Amalia Quevedo, “Fantasmas. De Plinio el Joven a Derrida”, Eunsa 2014