Es interesante comprobar a la vista del último libro publicado sobre Berlin, que vamos a comentar, cómo el original pensador inglés Isaiah Berlin (1909-1997), a pesar del cruel y determinante paso del tiempo, no cesa de ser reeditado una y otra vez en nuestros días, a pesar de haber fallecido hace muchos años.
Realmente vivimos un tiempo donde, indudablemente, se requiere la activa presencia de verdaderos pensadores liberales, con la suficiente sustancia para frenar o, al menos, intentar compensar la avalancha de filósofos escépticos y radicales negadores relativistas de la razón.
La obra que ahora comentamos, consiste en una cuidada edición preparada por el discípulo, admirador y editor de Berlin, el fellow del Wolfson College de la Universidad de Oxford, Henry Hardy, que ya se ha encargado anteriormente, de publicar otros muchos trabajos del célebre pensador de origen lituano y, en concreto, su interesantísima correspondencia.
Precisamente, ya desde el comienzo de este trabajo, se nos recuerda que Isaiah Berlin se enfrentó decididamente a los filósofos de su tiempo, aunque estuvieran muy de moda, para romper una lanza frente a los relativismos que se multiplicaba ya entonces para subrayar fuertemente que, en palabras del propio Berlin: “hay un mundo de valores objetivos” (18).
Lógicamente, la primera idea que va a historiar nuestro autor entre otras en este volumen, es la búsqueda de la verdad a lo largo de los siglos según los pensadores clásicos, la revelación cristiana, los pensadores que siguieron a Descartes, los empiristas: “las opiniones respecto al camino correcto a seguir variaban mucho: para unos estaba en las iglesias, para otros en los laboratorios, unos creían en la intuición, otros en el experimento, o en visiones místicas, o en el cálculo matemático. Pero, aunque no pudiésemos llegar nosotros mismos a alcanzar esas respuestas verdaderas, ni en realidad al sistema final que las entretejía todas, las respuestas tenían que existir -si no, las preguntas no eran reales-. Las respuestas tenían que conocerlas alguien: quizás las hubiese conocido Adán en el Paraíso; quizás solo llegásemos a alcanzarlas en la culminación de los tiempos; si los hombres no podían conocerlas, quizás los ángeles las supiesen; y si los ángeles no, entonces las conocería Dios. Esas verdades intemporales debían ser cognoscibles por principio” (33).
La solución final ante el feroz combate contra el relativismo, requiere establecer claramente unas premisas: “la primera sería la obligación pública de evitar el sufrimiento extremo” (46). En segundo lugar señala que no debe exagerarse los problemas de la pluralidad y trabajar sobre la comprensión mutua, para llegar a valores compartidos (47): “La verdad, dijo Tolstoi, ‘ha sido, es y será hermosa’. No sé si es así en el terreno de la ética, pero a mí me parece que se aproxima suficiente a lo que la mayoría queremos creer para que no se deje de a un lado con excesiva ligereza” (48).
José Carlos Martin de la Hoz
Isaiah Berlin, El fuste torcido de la humanidad. Capítulos de historia de las ideas, ediciones península, Barcelona 2019, 413 pp.