La búsqueda de Dios

 

En estos días del mes de mayo he podido releer con calma y saborear despacio, la magnífica introducción, edición y antología de textos acerca del gran teólogo y filósofo inglés del siglo XI, san Anselmo de Canterbury, elaborada hace pocos años por el entonces profesor de metafísica de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, Miguel Pérez de Laborda.

Es muy interesante recordar, cómo San Anselmo había empezado su trabajo teológico buscando con ahínco las pruebas de la existencia de Dios, partiendo de la experiencia de la realidad; en las cosas creadas, en las realidades al alcance y accesibles a todos y de ese modo había desarrollado en el Monologion los argumentos (en el sentido profundo de la expresión) y vías habituales: la belleza, el orden y la causalidad (30).

Pero, a partir de ahí, san Anselmo va a buscar algo, tan importante, como la existencia de Dios “dentro de sí mismo”. Es decir: “sostiene ya que el mejor acceso al conocimiento de Dios son las criaturas racionales, pues son las que más se asemejan a Dios”. Así, el gran pensador san Anselmo, nos dice el profesor Laborda: “Abre el Proslogion con una exhortación a entrar en la morada del alma y a buscar allí dentro el rostro de Dios” (32).

Una y otra vez San Anselmo, expresará su argumento ontológico: “Dios es aquello mayor que lo cual nada puede pensarse”. Y añade el profesor Laborda algo que es clave: “Este argumentum le servirá para demostrar la existencia de Dios y al mismo tiempo para explicar qué atributos se le pueden aplicar” (33).

Es interesante, lo que el profesor Laborda señala después de desarrollar con toda maestría el argumento ontológico de san Anselmo en todos sus pasos, sus dificultades y con su expresión final: “Por tanto aquello mayor que lo cual nada puede pensarse debe existir no sólo en el entendimiento sino también en la realidad” (34), con toda contundencia: “La prueba anselmiana, que pasó casi inadvertida a sus contemporáneos y a la generación posterior , comenzó a ser analizada con pasión a partir del siglo XIII” (36).

Asimismo, enseguida, el profesor Laborda, se adentra en el interior del alma de san Alberto, para introducir el siguiente problema: la diferencia entre fe y sentimiento. Efectivamente, es el propio san Anselmo el que se pregunta, como tantas almas: “Pero si lo has encontrado: ¿qué ocurre? ¿Por qué, Señor Dios, no te siente mi alma, si te he hallado? “(cap.14). Esta realidad no le paraliza, es más, san Anselmo continúa su búsqueda con más ahínco hasta redescubrir que la fe es un don de Dios. Así lo resume Laborda cuando afirma: “En definitiva, Dios es máximamente trascendente y nuestra razón no puede de ningún modo alcanzarlo por sus propias fuerzas. Es demasiado grande para que pueda ser comprendido por nosotros” (37).

La conclusión final, es la oración humilde ante Dios, como nos muestra san Anselmo al final del Proslogion: “Ruego, Señor, que te conozca y te ame, para que goce de ti. Y si en esta vida no lo puedo en plenitud, que al menos progrese día a día, hasta que llegue a aquella plenitud” (38).

José Carlos Martín de la Hoz

Miguel Pérez de Laborda, Anselmo de Canterbury. Esencial. Existe algo mayor que lo cual nada puede pensarse, ed. Montesinos, Barcelona 2010, 163 pp.