Uno de los acontecimientos más interesante de la historia de la Iglesia en Europa, son los años en los que tiene lugar la caída del imperio romano en las diversas fronteras del mismo.
Precisamente fue en el 410, cuando las huestes del famoso Atila quedaron detenidas milagrosamente a las puertas de la ciudad de Roma, ante la presencia del papa san León Magno.
El hecho produjo una honda impresión en todas las ciudades del imperio y un impacto tremendo entre los intelectuales, para muchos de los cuales, esa posibilidad les parecía inconcebible, sobre todo que pudiera llegar el final de la ciudad eterna.
Estos hechos movieron a san Jerónimo a escribir su tratado De viris illustribus, es decir la relación de los grandes hombres de la historia humana, pues la caída de Roma para él significaba el fin del mundo.
Contemporáneamente, san Agustín en el norte de África, redactaba uno de los tratados más importantes de la filosofía de la historia, De civitate Dei, donde recuerda que ese acontecimiento es permitido por Dios, por los pecados de los hombres, para que quede claro que la Iglesia no está unida a ningún imperio y para que evangelicemos a esos bárbaros.
Tenía razón san Agustín y, con la ayuda de la gracia, aquellos pueblos se fueron incorporando a la Iglesia: los francos de Clodoveo, los godos de Recaredo, los anglos por la predicación de san Agustín de Canterbury, los alemanes con san Bonifacio, los húngaros y su rey san Esteban, etc.
Precisamente el trabajo de investigación dirigido por el profesor Villacañas se adentra detenidamente en esos años de nuestra historia de España, cuando el rey Leovigildo pretende unificar a los nobles visigodos arrianos en torno a su figura y, además, promueve entre los cristianos una campaña para lograr conversiones, tanto del clero, de los antiguos patricios romanos y del pueblo cristiano, para lo cual utilizará de todo su poder de persuasión e incluso de la violencia (55).
Como sabemos el fracaso de esa política fue total, incluso después de haber martirizado a san Hermenegildo. De hecho, sucedió todo lo contrario, que fue Recaredo en el 589 el que se bautiza en el III concilio de Toledo (62), en la Iglesia católica y logra una mayor unificación política bajo su mando en la Hispania de lo que había logrado su padre con la violencia.
De todas formas, nos recuerda Villacañas en su trabajo, lo efímero y complejo que fue el dominio y la unidad política en Hispania, pues los nobles visigodos se resistían a la sucesión regia por la línea de la descendencia. De hecho, el libro nos recordará que hasta el 711 fueron muchos los conflictos acaecidos por este motivo y de los que dan cuenta los concilios toledanos (84).
Asimismo también se aprecia en este trabajo que muchas zonas de Hispania no llegaron a convertirse del arrianismo al catolicismo, sobre todo en zonas rurales, Valles recónditos, o simplemente zonas de montaña alejadas del poder de las nobles, mal comunicadas o por falta de clero que fuese a impartir una catequesis adecuada.
Eso explica que cuando los musulmanes invadieron España, encontraron un reino visigodo dividido y que algunos nobles ex arrianos pactaron con los musulmanes porque su religión le era más fácil de aceptar que la católica y otros nobles depusieron las armas porque pensaron que tras una gracia volverían a África con el botín (86).
José Carlos Martín de la Hoz
José Luis Villacañas, El cosmos fallido de los godos, ed, Escolar y mayo, Madrid 2017, 208 pp.