En la última obra póstuma publicada del pensador inglés Isaiah Berlin (1909-1997), se recogen algunos artículos y conferencias dispersas y editadas en diversos lugares, cuya temática común es la historia de las ideas. Curiosamente, tanto por la materia como por el enfoque de esos escritos, se puede comprobar que la mayoría de ellos no han perdido interés y, de hecho, han superado la dura prueba del paso del tiempo y de los cambios.
Entre otras cuestiones, no podía faltar en la obra que vamos a comentar, un capítulo dedicado a la “decadencia de las utopías”, que será abordado seriamente por Berlin, aunque lógicamente con su habitual buen humor y claridad que son características de su peculiar modo de filosofar.
En primer lugar, señalará nuestro autor la peculiaridad que une a tan variadas utopías como se han proclamado a lo largo de la historia: “Lo que todos esos mundos tienen en común, concíbanse como paraíso terreno o como algo situado después de la muerte, es que exponen una perfección estática en la que la naturaleza humana alcanza su plenitud final y todo es inmutable, inmóvil y eterno” (51). La sorna de Berlin estriba en señalar como característica común de esos paraísos eternos elementos como la eternidad atribuida al materialismo marxista o la inmutabilidad referidos a las banalidades y banquetes coránicos anunciados para después de la muerte cuando niegan la resurrección.
Es interesante, señalar la apreciación de que “durante la edad media hay una decadencia clara de las utopías, quizá porque según la fe cristiana el hombre no puede alcanzar la perfección por su propio esfuerzo sin ayuda, solo la gracia divina puede salvarle…y la salvación no puede llegarle mientras permanezca en este mundo, siendo una criatura que nace en pecado. Ningún hombre puede edificar una morada perdurable en este valle de lágrimas, pues aquí abajo no somos todos más que peregrinos que pretenden alcanzar un reino que no es de este mundo” (52).
Para abordar esta materia, el profesor Berlin procederá a establecer tres proposiciones que, a mi modo de ver, constituyen de por sí suficiente respuesta: “la primera proposición es esta: todo problema auténtico solo puede tener una solución correcta, y todas las demás son incorrectas. Si un problema no tiene una solución correcta, entonces no es auténtico” (53). Enseguida, añadirá: “El segundo presupuesto es que existe un método para descubrir esas soluciones correctas. El que algún hombre lo conozca o pueda, en realidad conocerlo, es otro asunto; pero debe, en teoría al menos, ser cognoscible, siempre que se utilice para ello el procedimiento adecuado”. Finalmente añadirá el tercero y más importante de sus supuestos: “todas las soluciones correctas deben ser, como mínimo, compatibles entre sí” (54). Es muy interesante y, en cierto modo utópica, la conclusión de Berlin, quien tras exponer las tres proposiciones añadirá que la unión de todas las soluciones correctas a los problemas auténticos sería: “una suma de conocimiento necesario para llevar una (o más bien) la vida perfecta” (54).
José Carlos Martin de la Hoz
Isaiah Berlin, El fuste torcido de la humanidad. Capítulos de historia de las ideas, ediciones península, Barcelona 2019, 413 pp.