En el interesante trabajo recientemente publicado por la profesora estadounidense Tamar Herzog de la Universidad de Harvard, acerca de los 2.500 años últimos acaecidos en la historia del derecho europeo, se detiene a estudiar, entre otras muchas cuestiones, las relaciones entre la Iglesia Católica recién creada por Jesucristo para expandir el Evangelio hasta el final de los tiempos, en todas las latitudes y dirigida a todos los hombres de todas las razas, con el derecho imperante en Roma y, por tanto, a lo largo de todo el Imperio.
Es interesante redescubrir que el Derecho Romano vigente entonces tenía la virtualidad de buscar seriamente la equidad y, sobre todo, favorecer el bien común, preservar el sentido de la propiedad y, por tanto, de la fama. En definitiva, al estar basado en el derecho natural y en la ley natural no era arbitrario y, de ese modo, por ser verdaderamente humano, ha podido perdurar de fondo y de forma, desde entonces hasta nuestros días.
Asimismo, es interesante hacer notar cómo aquellos senadores y jurisconsultos, buscaban la verdad y la justicia y subrayaban la dignidad de la persona humana, de la fuerza de la costumbre, de la importancia grande del concepto de ciudadano, del notable concepto de responsabilidad y de la radical igualdad ante la ley de los ciudadanos del imperio.
Por tanto, la primera relación entre la Iglesia el derecho civil fue muy política, pues la Iglesia, de hecho, estuvo perseguida durante casi 300 años, por lo que los cristianos que veneraban y rezaban por las autoridades y respetaban las leyes y las valoraban, debían sufrir injustamente la persecución y la desazón de la incomprensión, animadversión y calumnia ante la aplicación de unas leyes frustrantes de desconfianza hacia su misión y sus fines (54).
Nuestra autora aunque se ha documentado, no ha podido evitar dejarse llevar por lugares y comunes y falsedades: empobrece el discurso al errar en el concepto de evangelización e interpretar falsamente a san Agustín (63), pues de ninguna manera hubo coacción al bautismo, ni antes ni después de la paz constantiniana, por la que la Iglesia dejó de ser perseguida por el imperio romano y sus leyes, para ser primero autorizada y después, desde el 380, ser nombrada religión oficial del imperio (64).
Prueba de que la Iglesia exigía libertad para acceder al bautismo es que permitió a los esclavos que lo desearan y se prepararan, después de una catequesis intensa y prolongada, acceder al bautismo, pues se les consideraba persona humana y no una cosa animada como decía Aristóteles o admitía el Codex dentro del Derecho Romano.
José Carlos Martín de la Hoz
Tamar Herzog, Una breve historia del derecho europeo. Los últimos 2500 años, ed. Alianza editorial, Madrid 2019, 373 pp.