El trabajo exhaustivo de Dominique Iogna-Prat, un ilustre historiador, nos sirve de excusa para hablar de un problema muy actual, es decir, el de la caracterización y fundamentación de la naturaleza de la Iglesia Católica y del tránsito entre la Iglesia antigua a la medieval.
Naturalmente, la configuración de la Iglesia como realidad estructurada, no fue vivida inmediatamente por los primeros discípulos; ellos vivían como Jesús, pero en cualquier caso, éste había delineado con un perfil sacramentario y una determinada configuración jurídica; el Papa y los obispos, el clero y el pueblo fiel, lo que deseaba que fuera la Iglesia en el mundo.
Evidentemente, en sustancia todo era como en el principio y como ahora, pues en realidad no ha cambiado nada, como demuestra el hecho de que los cristianos de hoy vivamos la misma Iglesia de hace 20 siglos aunque la expliquemos ahora de manera más perfilada y enjundiosa.
De hecho cuando Jesucristo el día de la Ascensión se comprometió con los discípulos usó palabras clarividentes: "Yo estaré con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos". Es decir, estaba haciendo la mejor definición de la Iglesia, donde se nos concede la gracia a través de los sacramentos que él instituyó, la lectura de la Palabra que él nos dio y que luego se recogió en el Nuevo Testamento y en la Tradición, y, todo ello, acompañado mediante el gobierno del papa y de los obispos que el nombró y formó.
Los tres famosos munera: regendi, docendi y sanctificandi, que nuestro autor recoge con destreza en obras maestras de la pintura del medievo, donde se reflejan el poder de regir, enseñar y santificar que Jesucristo entregó al Papa y a los obispos en comunión con él.
El hecho de que el Magisterio solemne de la Iglesia en el IV Concilio de Letrán de 1215 concretara la obligación de ir a la Misa al menos el domingo y que castigara la no asistencia con un pecado mortal, era concretar la santificación de las fiesta del tercer mandamiento de la ley de Dios.
La puesta en marcha de los siete sacramentos no releja un poder de dominio de la Iglesia sobre sus fieles, sino su entrega a ellos, el saberse y darse como canales de la gracia santificante.
Es interesante cómo la investigación de nuestro autor se dirige desde la concepción de la Iglesia como lugar sagrado donde se administran los sacramentos divinos, hacia una Iglesia que será definida en el concilio Vaticano II como Sacramento universal de salvación. Precisamente la fe del cristiano en la Iglesia expresada desde el símbolo de los apóstoles es la Iglesia al servicio de la salvación y no como poder y dominio sobre los fieles 8205 y ss.).
José Carlos Martín de la Hoz
Dominique Iogna-Prat, La invención social de la Iglesia en la Edad Media, ed. Miño y Dávila, Buenos Aires 2016, 239 pp.