La rebelión del romanticismo

 

El pensador inglés Isaiah Berlin (1909-1997), anota en su última obra, donde se recogen algunos artículos y conferencias dispersas y editadas en diversos lugares, acerca de cuestiones relativas a la historia de las ideas, unas observaciones interesantes sobre la nefasta relación entre el romanticismo alemán y el concepto de verdad.

En primer lugar, comienza Berlin tratando de la historia de las ideas liberales modernas, y afirmaba lo siguiente: “cuando un pensador moderno como Augusto Comte se preguntaba por qué, si no admitimos la libertad de opinión en las matemáticas, deberíamos admitirla en la moral o la política”. Enseguida, responderá Berlin que esa libertad tan atrevida, ha sido capital para el desarrollo del mundo moderno y constituye la rebelión más radical contra la tradición del pensamiento occidental: “Puede que sea el mayor cambio de la conciencia europea desde la Reforma, a la que, por senderos tortuosos y complejos pueden remontarse sus orígenes” (247). Pronto señalará que ese camino de libertad y relativismo conducirá a las nuevas utopías, superadoras de las del XVI y plenamente ideologizadas: “Todas las utopías que conocemos se basan en la existencia de fines objetivamente verdaderos que pueden descubrirse y que son armónicos, verdaderos para todos los hombres y todos los tiempos y lugares” (250).

Un poco más adelante, regresa al siglo XVIII alemán, al romanticismo, a la rebelión profunda frente a las rigideces del neoclasicismo frio y del formalismo decadente: “negaba la realidad de verdades universales, las formas eternas que el conocimiento y la creación, el estudio y el arte de la vida, deben aprender a materializar si pretenden justificar su pretensión de representar los vuelos más nobles de la imaginación y la razón humanas” (253). Poco después, añadirá para caracterizar al romanticismo: “Ningún gran artista, ningún dirigente nacional del siglo XIX estuvo completamente libre de su influjo”. (255). Es interesante y plenamente subjetivo que Fichte señale que “los valores, principios, objetivos morales y políticos, no son algo objetivamente dado, no se los impone al agente la naturaleza ni un Dios trascendente; ‘yo no estoy determinado por mi fín’; el fin está determinado por mí” (267).

Terminemos con las palabras finales sobre el romanticismo alemán, redactadas por la  pluma de Berlin plenamente : “aunque se condene este movimiento con toda justicia por la falacia monstruosa de que la vida es una obra de arte o puede convertirse en ella, de que el modelo estético es aplicable a la política, de que el caudillo político es, en su más alta expresión, un artista sublime que maneja a los hombres según su plan creador, falacia que conduce al disparate peligroso en la teoría y a la brutalidad salvaje en la práctica, hay al menos una cosa por la que merece crédito: que ha hecho tambalearse definitivamente la fe en la verdad universal y objetiva en cuestiones de conducta, la fe en la posibilidad de una sociedad armoniosa y perfecta, totalmente libre de conflictos o injusticia u opresión, un objetivo para cuya consecución no puede haber sacrificio demasiado grande si los hombres quieren crear alguna vez el reino de la verdad, la felicidad y la virtud” (280).

José Carlos Martín de la Hoz

Isaiah Berlin, El fuste torcido de la humanidad. Capítulos de historia de las ideas, ediciones península, Barcelona 2019, 413 pp.