Rüdiger Safranski ha ido publicando a lo largo de su vida diversas biografías y estudios de los grandes pensadores alemanes de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, de modo que se ha ido consolidando como el mejor conocedor de los primeros pasos del romanticismo europeo.
Su último trabajo, nos ofrece la biografía de la apasionante figura de Goethe (1749-1832), y la resume en una expresión muy gráfica: La vida como arte. "Este poeta infundió una fuerza creadora en su libertad. Y es un ejemplo iluminador de lo lejos que puede ir quien asume como tarea de la propia vida el proyecto de llegar a ser lo que él es" (603).
La admiración hacia Goethe ha ido en aumento hasta el extremo de afirmar Safranski: "Cada generación tiene la oportunidad de verse reflejada en el espejo de Goethe y comprenderse mejor a sí misma y a su propio tiempo. En este libro emprendo un intento de ese tipo, por cuanto en él describo la vida y la obra de un siglo, y simultáneamente, a la luz de su ejemplo, me propongo explorar las posibilidades y los límites de un arte de la vida" (22).
Safranski ha realizado con maestría un pormenorizado y ágil trabajo en el que, paralelamente, describe las circunstancias de la historia personal de Goethe y su producción literaria, poética y teatral. La conclusión del autor es que la vida real surtió de temas la obra literaria de Goethe hasta poder afirmar que la vida se convirtió en obra de arte: "Goethe estaba lleno de ideas. No de todas podía sacar provecho. Simplemente, tenía demasiadas ideas. Por eso le resultaba fácil destruir intentos anteriores. Podía estar seguro siempre de que llegaría algo nuevo después. Podía dejar atrás puentes quemados porque se hallaba en un despreocupado movimiento hacia delante. Se vive hacia delante y se entiende hacia atrás. Ese entender tiene tiempo todavía: más tarde despertará en él la parte de herencia paterna y él recogerá penantemente todo lo que afecta a ella" (182).
En realidad, Goethe, en sus diversas facetas, nunca llegaba a comprometerse con nada: poeta, abogado, consejero del ducado de Sajonia-Weimar (desde 1775), escritor, etc. Parece como si de cada persona que tratara o de cada mujer de la que se enamoraba sólo sacara temas para sus obras.
Entre todas las relaciones personales vividas por Goethe y descritas por Safranski, destaca fuertemente la figura de Schiller. En 1791, Goethe había regresado a Weimar después de viajar a Roma y comenzó a impulsar el teatro en el ducado. Así tiene lugar el momento clave de su vida: "El acercamiento de Goethe a la filosofía tuvo otro efecto de gran alcance: lo encauzó para un acontecimiento del verano de aquel año que marcó época: el comienzo de la amistad con Schiller. A través de Fichte, Goethe pudo percibir como atractivo precisamente lo que de filosófico había en Schiller" (362). De hecho, como muestra Safranski, desde la muerte de Schiller (1805) ya Goethe nunca sería el mismo: la vida del escritor sería, desde entonces, un largo declinar mezclado con las guerras napoleónicas que terminaron de desgastar lo que le quedaba de inspiración.
El hecho fue que, desde la publicación de Götz en 1773, la resonancia literaria de Goethe fue enorme: "de la noche a la mañana, Goethe conquistó al público lector en Alemania. El autor ha producido una obra, después comienza la otra historia; la obra publicada cambia al autor" (115).
El conjunto de su obra caracteriza toda una corriente de pensamiento: "La era del Sturm und Drang –movimiento intelectual-literario- al que Goethe dio alas primero con Götz y luego con Werher- difundió en tal medida el culto al genio que ha llegado a designarse como la época del genio" (159).
La gran obra por la que será conocido, el Fausto, se publicará en dos grandes bloques: el primero después de la muerte de Schiller en 1805 y, el segundo, poco después de la muerte de Goethe. Es más, el 24 de enero 1832, será cuando, por última vez, abrirá el paquete que contenía el manuscrito final. Para entenderla hay que decir que "Para Goethe, Jesús era un hombre modélico, amable en suma medida, un genio del corazón y de la entrega, pero no un Dios, y era divino sólo en el sentido de que en cada uno vive una centella divina. Era, por tanto, un hombre y nada más que un hombre" (266).
José Carlos Martín de la Hoz
Rüdiger Safranski, Goethe. La vida como obra de arte, ed. Tusquets, Barcelona 2015, 687 pp.