La aparición de los primeros cristianos en el concierto y en la opinión pública de la sociedad romana y del Imperio, se produjo en muy pocos años, aunque quizás no tan rápidamente como ha señalado el sociólogo americano Starck. Desde muy pronto, eran considerados como los seguidores de Jesús y “Los contemporáneos de los apóstoles” (Act 11,26) y lo seguirán siendo hasta que el siglo IV, con el emperador Constantino adquieran carta de naturaleza y sean respetados como la Iglesia cristiana, es decir, una religión más: “haya cristianos en el Imperio” afirmará Galerio.
En cualquier caso, podemos encontrar cristianos pronto en la literatura pagana, en las leyendas urbanas, en la legislación, en la acusación de Nerón de haber sido los causantes del incendio de Roma que había llevado a cabo el mismo en un ataque de locura. Los encontramos, como afirmaba Tertuliano en todas partes: “ciudades, islas, aldeas, pueblos, asociaciones, campamentos, asambleas vecinales, municipios, palacios, el senado y en el foro” (Apologeticum, 37,4).
Además, ellos mismos se empeñaban en estar en medio de la multitud como uno más, pues deseaban ser como el fermento en la masa. Por tanto, no vivían separados, segregados o aparte: “Se adaptan a las costumbres locales en cuanto su forma de vestir, a los alimentos y al estilo de vida, al mismo tiempo que manifiestan las leyes extraordinarias y paradójicas de su manera de vivir” (Epístola a Diogneto 5, 1-4).
Para Adalbert Hamman el año 180 es la fecha clave pues señala la muerte del emperador Marco Aurelio, y con ella una situación de persecución periódica para los cristianos, y también una situación de decadencia del propio imperio que entrará en una apatía, falta de rigor intelectual y moral y falta congénita de identidad.
Así pues, los primeros cristianos vivirán los tiempos del imperio pagano y de hecho “Externamente los cristianos se adaptaban al ritmo pagano del tiempo público y social, y solo a partir del siglo II crearon y enriquecieron su propio calendario, paralelo y diferente del pagano” (p. 26).
En cualquier caso, la vida corriente de los cristianos, lo marcará el ritmo de la oración, como aconsejaba san Pablo a los tesalonicenses: “sine intermissione orate” (1 Tes, 5,17): al levantarse de la cama, al amanecer, se arrodillaban y repetían sus oraciones (Tertuliano, De oratione 23). Sabemos que iban a misa al amanecer (San Ambrosio, De sacramentis V, 25) y luego cada uno a sus quehaceres (p.28).
Durante el día vivían de la eucaristía con la que se habían alimentado y de las lecturas que habían oído durante la Liturgia: la lectura era publica, primero porque pocas sabían leer y además porque los libros eran muy caros, se copiaban para los ricos, para las comunidades eclesiales, se copiaban para leerlos en común ser comentados por los maestros y sacerdotes (30).
A la hora de divertirse, había espectáculos claramente para paganos, adonde evitaban acudir y otros en los que si podían estar, pues Tertuliano afirmaba en su tratado “De spectaculis”, que no contaminaban los lugares por sí mismos, sino las cosas que sucedían en esos lugares, pues eso era lo que contaminaba (De spectaculis 8,10).
Dentro de la vida corriente de los primeros cristianos, destacaba, por lo insólito el protagonismo de la mujer en la vida de las comunidades (59), donde se presentaba en un clima de igualdad frente al varón y de unidad que chocaba con el derecho romano vigente. La distinción era entre el clero y los laicos, no entre hombre y mujer (60): “En casa estaban activas principalmente las mujeres, y son muchos los nombres de primeras cristianas que conocemos, hasta tal punto que sin ellas la Iglesia habría tenido una vida muy difícil” (72).
También era llamativo el número de los que se quedaban célibes por el reino de Dios y entregados a la comunidad y a las obras de caridad: “Muchos hombres y mujeres han envejecido sin casarse” (Atenágoras, Legatio 33). Asimismo hay muchos datos de una trasmisión de la fe en la familia, entre los amigos, con la naturalidad de la comunicación de una vida nueva que estaban emprendiendo (80) y sin más método apostólico que la conversación en confianza (94).
José Carlos Martín de la Hoz
Jerónimo Leal, Los primeros cristianos en Roma, ed. Rialp, Madrid 2018, 102 pp.