El cardenal Ratzinger en los comienzos de los años noventa, en la plenitud de su pensamiento, levantaba sus ojos y veía el panorama del cristianismo universal y sentía la necesidad imperiosa de una nueva evangelización, que debía comenzar por el propio corazón del cristiano.
Precisamente, en la obra recopilatoria de artículos y conferencias, agrupados con el sugerente título Ser cristiano en la era neopagana, recogía el entonces Prefecto de la Congregación para de la doctrina de la fe, en gran parte las claves de esa nueva evangelización. En primer lugar, recordaba con una gran fuerza, que lo importante en la Iglesia no son las instituciones, ni los clérigos, ni los edificios, sino el impacto del encuentro con Jesucristo de cada cristiano en su oración personal (39) y, por tanto, la construcción personal del camino interior de la propia conciencia de la fe (135).
Son muchas las ocasiones en este libro recopilatorio en las que el futuro Pontífice Benedicto XVI anima a los cristianos al encuentro personal diario con Jesucristo (75), a rejuvenecer cada día el compromiso de amor y de conocimiento con Jesús de Nazaret. Incluso, hablando de ecumenismo, recordará que “El ecumene es esencialmente un proceso interior” (135). Precisamente, sólo partiendo de la oración y de la lectura de la Escritura en el seno de la Tradición y del Magisterio, se puede hacer teología arrodillada, convertirse en “buscador infatigable de la verdad” (12) y escribir una teología más profunda y práctica.
Seguidamente, señalaba el gran reto que suponía para la teología del siglo XX el diálogo con el mundo que había planteado el Concilio Vaticano II: “La aventura comenzada con el Concilio saca a la teología de ese cofre y la expone al aire fresco de la vida de hoy. En consecuencia, la expone también al riesgo de nuevos desequilibrios, a enfrentarse a tendencias divergentes ahora que el equilibrio del sistema ya no la protege. Es decir, la empuja a buscar nuevos equilibrios en el contexto de un diálogo fresco e intenso con la realidad de hoy (…) la teología sirve a la fe y a la evangelización, y, por tanto, debe exponerse a la realidad tal como es, siguiendo la exhortación de Pedro a dar razón de nuestra esperanza a todo el que la pida (1 Pet 3,15)” (146).
Inmediatamente, volvía sobre la necesidad de unir oración y contemplación con la teología: “Sería necesario concederse más tiempo de silencio, de meditación y encuentro con lo real, para conseguir un lenguaje más fresco que nazca de una experiencia profunda y viva, más capaz de llegar al corazón de los demás”. En seguida, añadía un recuerdo personal: “En cierto sentido, el Catecismo de la Iglesia Católica es una sorpresa para mí; confieso que yo no habría tenido el valor de afrontar semejante empresa, porque me parecía demasiado difícil componer una síntesis mundial y universal en un texto coherente y positivo, como requiere un catecismo de la Iglesia Católica. Ha sido una constatación, en cambio verificar en el concierto de las iglesias particulares la voz común de la fe, capaz de expresarse de modo coherente y sistemático” (147-148).
José Carlos Martín de la Hoz
Joseph Ratzinger, Ser cristiano en la era neopagana, ed. Encuentro, Madrid 2006, 205 pp.