Cuando se hablaba de rogativas, en nuestros ambientes tradicionales, se pensaba en una procesión convocada con ánimo de pedir algo a Dios, aunque nos suena más en concreto a un modo de pedir agua. Se hacían procesiones de oración para pedir a Dios que lloviera, sin más. Y esto nos hace reflexionar sobre algo interesante: es de las pocas cosas que, hoy por hoy, no puede conseguir el hombre con su ciencia; que llueva.
Así que, mira por donde, lo más importante que necesitamos, el agua, no depende de nosotros, ni siquiera del hombre del tiempo. Y si de él dependiera estaríamos perdidos pues, para él, que llueva es un tiempo adverso, y cuando está cerca una borrasca y respiramos esperanzados, él se pone tenso y nos anuncia adversidad. Quizá él se ducha con Coca Cola.
Nos quejamos, al menos interiormente, de las dificultades, de los sufrimientos que nos trae la vida. Sin embargo parece claro que la mayoría de los motivos de sufrimiento son debidos a la maldad del hombre. El pecado destruye mucho más que el peor de los tornados caribeños.
Dios crea al hombre y le dice: “Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla” (Gn 1, 28). Desde entonces hemos prosperado mucho. Ya sabemos que no se puede vivir en chabolas de madera y paja porque con el frio son insuficientes y con el viento se destruyen. Y también sabemos que no basta tender unos maderos para atravesar los ríos, y el hombre ha construido infinidad de puentes fabulosos.
Llegará el momento en que el hombre construirá las ciudades sobre plataformas poderosas de cemento armado que contendrán los desagües y grandes almacenes. Sobre esas plataformas, a una cierta altura sobre el nivel del mar, se construirán edificios fuertes, a prueba de tornados. Y ya son muchos los lugares en los que las casas no se caen porque haya un terremoto, como en Chile o en Japón. A ver cuándo van aprendiendo otros que no se puede construir en vaguadas, por donde pasan luego las torrenteras.
A todo esto se va llegando, pero sin duda es más difícil borrar el pecado del mundo, y tendremos que sufrir injusticias y seguiremos viendo la corrupción campando por aquí y por allá. Y habrá matrimonios que se rompen, dejando niños desvalidos y seguirá habiendo drogas y borracheras, porque hay tantos que no encuentran sentido en la vida. Todo esto va a ser más difícil de erradicar.
Pero el agua, hoy por hoy, no hay modo de inventarla. Se han inventado pantanos y se han descubierto pozos, pero todo se agota si no llueve, y por eso nos acordamos de Dios en la sequía y antes había procesiones –con paraguas aún en días claros- para pedir. Y si no son rogativas por la Gran Vía o por la Castellana, al menos cada uno de nosotros pidamos humildemente al Señor y a su Madre Santísima que nos mande agua, que es un bien muy importante para todos y, especialmente escasa para los más pobres. Así que, puestos a hacer una cadena de peticiones, con wasaps o con lo que sea, hagámosla para pedir lo más necesario y que llegue un tiempo adverso que nos llene los pantanos.
Ángel Cabrero Ugarte
Julio Llamazares, Distintas formas de mirar el agua, Alfaguara 2016