Parecen dos términos contrapuestos, incompatibles. ¿Hay algo más inmaduro que la juventud? Se nos antoja casi inevitable. En nuestra sociedad hedonista la tendencia es el egoísmo de tener para mí. Y, claro, entre los jóvenes parece más notorio. Sin embargo, mi experiencia de trato con jóvenes universitarios me ha llenado de alegría en tantas ocasiones, porque he conocido muchos chicos y chicas -quizá más ellas- de un fondo que para sí quisieran algunos adultos.

Por si fuera poco, ha llegado a mis manos la historia de una joven que, sin quererlo, describe su madurez, sus deseos de crecer, de vivir para los demás. Flannery O’Connor, en los comienzos del pasado siglo, cuando ya tenía deseos de ser una buena escritora, pero no era más que una incipiente universitaria, con 21 años, escribe unas notas en su oración.

“Querido Dios:

No puedo amarte como quiero. Tú eres la medialuna sutil que veo y yo soy la sombra de la tierra que me impide ver toda la luna. La medialuna es muy hermosa y, a lo mejor, es todo lo que debería ser visible para alguien como yo; pero de lo que tengo miedo, querido Dios, es de que mi sombra se haga tan grande que me tape la luna entera, y de que yo me juzgue a mí misma por la sombra, que no es nada. No te conozco, Dios, porque me pongo en medio. Por favor, ayúdame a que me aparte a un lado” (p. 21).

Emociona encontrar unas palabras de tanta profundidad, con un planteamiento vital al que no llegan muchas personas en toda su vida. “No te conozco, Dios, porque me pongo en medio”. Quizá lo último que esperamos de una chica joven es que reconozca su egoísmo, su vanidad. Y en otro momento descubrimos su afán de estar junto a Dios: “Pero yo quiero acercarme a Ti. Sin embargo, parece casi un pecado sugerir tal cosa. Quizás la comunión no me da esta cercanía. Esta cercanía quizás llegue después de la muerte. Es por la que luchamos, y si la alcanzase, o estaría muerta, o bien después de verla un segundo, la vida se me haría insoportable” (p. 33).

Cuantas veces se nos habrá ocurrido que si al menos pudiéramos ver un momento el cielo… Y esta chiquilla llega a esa reflexión clarificadora: esa cercanía con Dios llegará después de la muerte, y si la viéramos un segundo, la vida, después, se nos haría insoportable. ¿No es un motivo suficiente para que no veamos la gloria de Dios en esta vida? Estas son las luces de su oración. Una clarividencia sorprendente que tenemos la suerte de poder disfrutar gracias a estas notas que ahora se publican y que, necesariamente, nos sabrán a poco.

Podríamos añadir muchas otras ideas, pero no hay sitio. Por ejemplo: “A mi corto entender el infierno me resulta mucho más plausible que el paraíso. Sin duda es porque el infierno se parece más a la tierra” (p. 24). “Es difícil querer sufrir. Considero que para quererlo es necesaria la gracia. Soy mediocre espiritualmente, pero tengo esperanza (p. 52). Y hablando de la relación entre hombre y mujer: “El acto sexual es un acto religioso y cuando ocurre sin Dios es una burla, o como mucho, un acto vacío” (p. 51).

Y no me resisto a poner aquí otro párrafo entrañable: “Lo que estoy pidiendo verdaderamente es muy ridículo. Oh Señor, lo que estoy diciendo es que soy de mantequilla: hazme mística ya. Dios puede hacerlo, claro, puede sacar una mística de la mantequilla. Pero ¿por qué ha de hacer eso con una criatura ingrata, vaga y sucia como yo? Ni siquiera soy capaz de quedarme a dar gracias en la iglesia, y en el momento de prepararme para la comunión la noche anterior, estoy distraída. Rezo el rosario repetitivamente mientras pienso en otras cosas, normalmente impías. Pero me gustaría ser mística y serlo ya”.

No tiene desperdicio. Siendo de una joven sorprende más, pero para jóvenes y para adultos las observaciones de esta joven que luego sería una afamada escritora, y que moriría con poco más de 40 años, pueden resultar de ayuda para entender la vida, para cambiar la vida, para conseguir esa madurez difícil de encontrar en nuestra sociedad.

 

Ángel Cabrero Ugarte

Flannery O’Connor, Diario de oración, Encuentro 2018