Pecados y virtudes

 

En el trabajo sobre la alegría y la risa en la Edad Media, Mitre anuncia un próximo libro, ya preparado para su publicación que versará acerca de la visión del pecado que existía en la Edad Media entre los el magisterio eclesiástico y algunas herejías que surgieron.

Mitre hace brevemente un resumen de la segunda parte de lo que ha preparado para publicar y que espera poder entregar a la imprenta “cuando las circunstancias editoriales lo permitan”.

Efectivamente el tema es de un gran interés y voy a aprovechar que todavía no lo ha publicado para comentar algunas cuestiones y matizar otras pues esta cuestión es particularmente importante siempre pero más en aquella época en la que se respiraba un clima de fe en la salvación. De ahí que fuera esta materia muy sensible, al igual que en la actualidad para muchos cristianos.

Hablar de pecado, hablar de vicio, había recibido la absolución después  de la confesión, etc., son cuestiones que afectan a la salvación y en la sociedad medieval el valor más importante era la fe, pues lo importante era salvarse.

Estoy de acuerdo con Mitre en el empobrecimiento que supone la expresión pecado capital en vez de vicio capital, pues vicio significa hábito operativo, mientras que  pecado hace referencia al acto. Como la obra meritoria pero en sentido contrario, mientras que virtud es lo opuesto al vicio.

La segunda parte de la expresión es fundamental, pues capital quiere decir que es fuente y cabeza de otros muchos pecados, por eso el primer vicio capital o pecado capital es la soberbia, pues como muy bien subraya Mitre: “la soberbia será la peor parada en cuanto aparece, casi unánimemente, como la madre de todos los vicios (...). El orgullo, la vanagloria y la tentación de las alabanzas mundanas (variantes de la soberbia o fomentadoras de ella) figuran ya en el magistral mea culpa de San Agustín (confesiones)” (137).

Mitre hace seguidamente una referencia al mediocre pero influyente trabajo del hispano Aurelio Prudencio, Psicomaquia, redactado en el 405: “los vicios están representados en el paganismo y la herejía mientras que las virtudes lo están en el cristianismo. Aunque la obra no se ajuste estrictamente al septenario que se convertirá en clásico, si está imbuida de su espíritu. El gran combate se da entre la fe y la idolatría, le siguen luego enfrentamientos varios con diversos vicios derivados de esta última (avaricia, lujuria, envidia). La culminación vendrá con el triunfo de la fe (reina de las virtudes) frente a la discordia cuyo principal apellido es la herejía” (139). Y poco después añadirá una referencia muy interesante a las dos obras de Ramon Llull sobre el enfrentamiento entre vicios y virtudes, redactadas casi al final de su vida, donde aporta su propia experiencia y las de las almas que ha atendido en la tarea de dirección espiritual (140).

Seguidamente Mitre aporta como las obras de la literatura, como por ejemplo el cantar del Mio Cid también aportan ejemplos claros a los cristianos acerca de donde están las virtudes y sus bondades y como son los vicios y el mal que casan a las personas y a la propia sociedad (140-141).

Mitre terminar nada este breve recorrido por la lucha ascética con una referencia al otro septenario complementario y clave para la victoria del alma y su salvación que son los siete sacramentos, como fuente continua de la gracia y canales habituales de ella, tesoros de la Iglesia (146-147).

José Carlos Martín de la Hoz

Emilio Mitre, Desprecio del mundo y alegría de vivir en la Edad Media, ed. Trotta, Madrid 2017, 195 pp.