Es valiente que el escritor y pensador francés Michel Onfray, se haya atrevido a publicar un libro sobre el islam después de los atentados terroristas ocurridos en Francia. Sobre todo llama la atención que el prolífico filósofo normando, llamado por el columnista Iñaki Urdanibia amigablemente “derribos-Onfray”, utilice sus afiladas críticas contra un texto sagrado como es el Corán y contra una religión.
Precisamente, las circunstancias y objetivos del trabajo que ahora comentamos, los deja muy claros el autor, desde la breve nota introductoria, donde exactamente dice: “Cuando la periodista argelina Asma Kouar me entrevistó sobre la cuestión del islam para el periódico Al Jadid, contesté a sus preguntas hasta que me di cuenta de que allí había material para hacer un pequeño libro. No para un libro de especialista en el islam, sino el libro de un ciudadano para quien el islam es una cuestión filosófica y a la vez el libro de un filósofo para quien el islam es una cuestión ciudadana. Pensar el islam no requiere ninguna legitimación más que las ganas de pensar libremente” (21).
Inmediatamente, Onafry comienza en la introducción del trabajo, con el desarrollo de una crónica de los sucesos del 7 de enero del 2015, es decir los tristes destalles de la masacre terrorista de los periodistas y empleados de la publicación Charlie Hebdo, realizada en nombre de Alá y del Profeta. Lógicamente, señalará a lo largo de estas páginas, como suele ser su modo habitual de argumentar, con un discurso más político que filosófico, una ácida destrucción de las posiciones de los políticos y de los diversos intelectuales franceses del momento. Se nota inquina y malestar contra Hollande (35, 54) y la izquierda (53) y contra los periodistas (51).
La cuestión que hace insoluble el problema que aborda este ensayo es el error de enfoque con el que está realizado: “Estas páginas no son más que una conversación con el tema. He intentado inscribir mi reflexión con el espíritu de las Luces, cuya llama parece cada día más vacilante” (46). Es decir, es inútil abordar el problema de la religión, desde la sola razón (“su razón”), como hace Onafry, sobre todo desde que niega la posibilidad de pensar en el alma humana (74), la trascendencia; ni se puede producir una relación entre fe y razón, y que pueda haber fe y razón a la vez, pues piensa en la religión como un invento político y cultural (49) y dirá no necesitar a Dios para proponer una religión (61), una moral (74) y ni siquiera para proponer una espiritualidad (75).
En efecto, el islam que está contenido en el Corán y que es vivido por miles de musulmanes en el mundo entero está llamado a la oración, no sólo ritualmente cinco veces al día como invita la sharia, sino en todo momento. El problema es que la oración puede ser de sumisión y de obediencia a poderes humanos. Puede fijarse en los textos violentos del Corán movidos por un imán equivocado y si vive en una situación de injusticia y de pobreza terminar por convertirse en radical y fanático.
También podría suceder, que si les ayudamos a crecer y a desarrollarse económicamente, y creamos una sociedad donde podamos conversar con Dios, y donde podamos todos llegar a una oración de intimidad con Dios, eso le puede impulsar a la paz y contribuir al bien común. Onafry solo propone vigilar lo que se dice en las mezquitas y someterles a su peculiar felicidad del nuevo ateísmo (97).
José Carlos Martín de la Hoz
Michel Onfray, Pensar el islam, ed. Paidós, Barcelona 2016, 126 pp.