Las asociaciones religiosas que trabajaban intensamente en la formación de la juventud católica española durante todo el primer tercio del siglo XX en España, de ningún modo quedaron ajenas al clima de tensión política que, además, se vio acelerado desde la llegada de la Segunda República Española.
Efectivamente, las fuerzas políticas que se sentaron a redactar la Constitución, eran perfectamente conscientes de la falsedad de los números de escaños que manejaban, pero cegados por el revanchismo o por el anticlericalismo que inundaba muchos de aquellos programas electorales, redactaron un texto constitucional, que en vez de contemplar el ser real de España y de la mayoría de sus gentes, aprobaron una Carta Magna que ofendía profundamente los sentimientos católicos de la mayoría de la población.
Curiosamente, esta tropelía ya se había intentado varias veces a lo largo del siglo XIX, con un fracaso estrepitoso, pues realizar el cambio de la cultura y de la civilización española mediante Constituciones redactadas a espaldas del sentir del pueblo, siempre fueron ruinosas. En 1931, volvieron a las andadas, mientras tenía lugar en España y desde 1945 en el mundo occidental, el esperado final de in ciclo cultural que terminó en España con una guerra civil.
Entre las muchas aportaciones del interesante estudio llevado a cabo por los profesores José Andrés Gallego, Antón M. Pazos y Luis de Llera, acerca de la vida de “los españoles entre la religión y la política” y publicado hace unos años por Unión Editorial y AEDOS, se encuentra una visión muy completa y profunda del periodo franquista.
En ese marco, al hablar de los comienzos del franquismo se escribe una puntualización acerca del trabajo de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas que por impulso del padre Ayala y con la dirección del intelectual católico de mayor talla de la época, el director del periódico El Debate Herrera Oria, después de la guerra había actuado con gran importancia en España.
Evidentemente, una de las preocupaciones de la ACNP era formar católicos que supieran propagar la verdad cristiana en todos los campos de la vida pública Los valores de la Iglesia Católica que llevaron los propagandistas fueron muy importantes en la vida académica, cultural y social y en cualquiera de las muchas y variadas facetas de la vida pública.
Cuando Franco empezó a contar con personalidades de la vida civil para su acción política, los propagandistas que aceptaron sus cargos lo hicieron a título personal, no tenían el monopolio, ni actuaban como grupo: “primero, porque ningún partido lo tenía, segundo porque la ACN de P no era un partido, tercero porque de hecho había propagandistas de diversas tendencias. En rigor no había, ni siquiera un acuerdo entre los que propugnaban la monarquía” (92)
José Carlos Martín de la Hoz
José Andrés Gallego, Antón M. Pazos y Luis de Llera. Los españoles entre la religión y la política. El franquismo y la democracia, ed. Unión Editorial, Madrid 1996, 309 pp.