En muy pocos años se ha impuesto en la cultura occidental un análisis de nuestra sociedad como aquella que procede del pensamiento líquido, tal y como lo ha sabido captar hábilmente el sociólogo polaco Zygmunt Bauman (1925-2017), a través de la observación de nuestra manera de vivir y la actualización del análisis de aquel viejo pensador griego Parménides: “panta rei”, todo fluye, todo es movimiento.
En efecto, el propio Bauman afirma con toda seguridad y contundencia propia de las ideologías, que “La sociedad moderna líquida es aquella en que las condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las formas de actuar se consoliden en unos hábitos y en unas rutinas determinadas. La liquidez de la vida y la de la sociedad se alimentan y se refuerzan mutuamente. La vida liquida, como la sociedad moderna liquida, no puede mantener su forma ni su rumbo durante mucho tiempo”.
Claramente se trata de una aguda observación, pero también de una afirmación demasiado rápida, segura del desarrollo futuro de las tendencias actuales, como si el hombre estuviera abocado en una determinada dirección y fuera indefectiblemente hacia ella.
Hemos de reconocer que la velocidad es signo de nuestros tiempos, y sobre todo de nuestros jóvenes, pero la vida real no es la de la gente joven que estudia, se forma, descansa y mira los multimedia sus redes favoritas. La vida real es la de millones de personas que están sacando adelante la sociedad con su trabajo oscuro y silencioso; una madre de familia que dedica tiempo a la educación de sus hijos, un sacerdote que está horas esperando en un confesionario, un profesor de química que atiende pacientemente a sus alumnos, una persona que limpia aquellas oficinas para que sea grato trabajar en ellas, alguien que lleva al mercado de abastos la fruta o el pescado fresco del día, alguien que programa el tráfico o diseña un plan de pensiones. Asimismo, el verano, el descanso estival, aunque sean pocos días, o los fines de semana durante el curso, en familia o con amigos o desarrollando las aficiones y dedicando más tiempo a nuestra oración y a nuestra formación personal, todo eso nos recuerda que remansar es importante para tomar energía, recordar los fines de la vida, recuperar la esperanza en nuestra santidad personal, rehacer los propósitos de llenar el mundo de paz y de donación a Dios y a los demás.
En cuanto hay un momento de serenidad y de paz podemos detenernos a descubrir la belleza y con ella la sed de eternidad que es el mejor antídoto contra el pensamiento líquido, pues la belleza lleva a la bondad y al bien: al pensamiento sólido.
José Carlos Martín de la Hoz
Zygmunt Bauman, Vida líquida, ed. Paidós, Barcelona 2017, 206 pp.