En el libro del profesor Villacañas sobre Freud y el Quijote, que hemos reseñado hace unos días, después de estudiar la impresión que produce en el psiquiatra vienés semejante paciente, señalará su propia interpretación de ese periodo.
Comienza Villacañas por recoger una afirmación acerca de la teología política del siglo XVI verdaderamente sorprendente, pues nuestro filósofo afirma sin ambages: “Alguien ha dicho que Trento fundó una confederación de iglesias nacionales católicas al servicio del poder mundano tradicional, y es una buena descripción de los hechos” (32).
Verdaderamente, quienes han atomizado la Iglesia en miles de sectas, y las pusieron bajo el poder temporal, fueron los luteranos y los anabaptistas de Thomas Müntzer, como se puede leer en los escritos de ambos y en sus llamadas apremiantes a reprender a los herejes de sus herejías. Más bien, la cristiandad católica quedará, en gran parte, unificada bajo el poder político de Felipe II quien asumirá además la Corona de Portugal y su Imperio oriental y africano, y por otro lado estarán los restos del catolicismo, quienes tendrán en los decretos del concilio de Trento, una confirmación de identidad católica y un cuerpo doctrinal fiel a la tradición apostólica y rejuvenecido en los argumentos.
Pero volvamos a nuestro autor, pues enseguida añade: “ser eficaz en el mundo, y eso significaba dirigir a los Estados desde una correcta división de poderes, ya no estaba a su alcance. Solo los puritanos pudieron imponer otro régimen de distribución del poder. Esta tesis, como sabemos, es la sustancia más profunda de la ‘teología política’ schmittiana, una confesión de nostalgia propia de un católico ante la eficacia de la política reformada” (32).
Que la política reformada fuera un éxito está por probarse, pues además de ser una afirmación genérica y etérea, no está claro que la acumulación del poder civil y eclesiástico sin referencias a Roma, ni más instancias que el arbitrio del rey, sea más eficaz para el bien común de la sociedad.
A continuación, concreta más: “desde este momento reformado, el Estado, que en la época anterior del catolicismo era subsidiario de la plenitud de la potestad del papa, se convirtió en necesario, esto es: en soberano”. Desde luego ni la lectura del libro de las Partidas del rey Alfonso X el sabio y del Corpus Iuris civilis, arrojan esa impresión ni hablan de falta de soberanía del Estado respecto de la Iglesia. De hecho, el tratado “De insulis” de Palacios Rubios de 1504, que hemos editado recientemente (ed. Eunsa, Pamplona 2013) fue rechazado en gran parte de los pensadores y juristas de España y de Europa, por ser excesivamente teocrático y por tanto sólo sirvió para reducir el poder eclesiástico a su ámbito propio. Pero sigamos con Villacañas: “allí donde dominó el catolicismo nacional posterior, tal proceso fue imposible, pues ese catolicismo se puso al servicio de toda tradición mundana”. Aquí el discurso se hace ininteligible, pues no se entiende que quiere decir que el catolicismo sirve a una tradición mundana, a no ser que quiera resucitar el viejo mito de los jesuitas y confesores de la Corte que medían, supuestamente, la moral según fuera noble o plebeyo.
Terminemos con el broche de oro del profesor Villacañas: “Entre un catolicismo que ya no podía ser universal y un Estado que nunca sería soberano, don Quijote es el héroe errante en un mundo escindido y roto, sin soberano estatal ni Iglesia Universal: el mundo español” (32). Recordemos al profesor que ya Jesucristo había profetizado a sus discípulos que predicarían hasta el extremo de la tierra y que la Iglesia sería universal, pero que siempre habría cizaña, junto al trigo.
José Carlos Martín de la Hoz
José Luis Villacañas, Freud lee el Quijote, ed. La huerta grande, Madrid 2017, 111 pp.