Sobre el perdón cristiano

 

"El 12 de marzo de 2000 -recuerda Gagliarducci- Juan Pablo II quiso celebrar una liturgia durante la cual pidió perdón por los pecados pasados y presentes de los hijos de la Iglesia" (Omnes, pág.12). Desde entonces hemos sido conscientes -demasiado- de que la Iglesia es un cuerpo espiritual compuesto de hombres que cometen errores, en ocasiones demasiado graves, por los que hay que pedir perdón a Dios, pero tambien a los hombres.

Termino con este artículo la serie sobre el perdón, inspirada tanto en las enseñanzas del papa Francisco como en el dossier de la revista Omnes del mes de marzo; estos nos recuerdan la centralidad del perdón en la vida cristiana que se pone de manifiesto en el hecho de que casi en todas las páginas del Evangelio se mencione el perdón en cualquiera de sus dos vertientes, como perdón que se solicita o perdón que se concede.

Nuestro Señor Jesucristo vino a la tierra para alcanzarnos el perdón de Dios, y todas sus palabras hasta su muerte en la Cruz fueron de perdón: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen" (Lc. 23,34). De la misma forma, las curaciones de enfermos que realizó durante su vida pública fueron un símbolo de la curación de las almas; lo indica el Señor en la sinagoga de Cafarnaúm cuando pregunta a sus críticos: "¿Qué es más fácil decir: Tus pecados son perdonados, o decir: Levántate y anda?" (Mt.9, 5).

En las enseñanzas de Jesus, Dios se nos presenta como un Padre que espera impaciente la vuelta de su hijo pequeño "para cubrirle de besos" (Lc. 15, 20); y el papa Francisco enseña que Dios se adelanta a perdonar: "Dios es aquel que va siempre delante de ti. Cuando cometemos un pecado Él está esperando para perdonarnos, para acogernos, para darnos su amor" (Vida, pág.74). El perdón aparece en la parábola en sus dos sentidos, como perdón que se solicita: "Padre, he pecado..." y perdón que se concede: "Arrojándose a su cuello lo abrazó".

Jesús nos enseña: "No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados, absolved y seréis absueltos" (Lc.7,37); y en el Padre Nuestro encontramos el doble aspecto del perdón: "Perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores..." (Mt.6,12). "¿Hasta siete veces?" -pregunta ingenuamente Pedro- y el Maestro contesta: "No te digo siete, sino setenta veces siete" (Mt.18,21-22).

La psicóloga Patricia Díez explica que el ofendido puede adelantarse a perdonar con independencia de la actitud del ofensor; no es necesario que éste pida perdón ya que "yo puedo decidir perdonar -explica- y así liberarme del daño que condiciona mi estado emocional" (Omnes, pág.10).

Una de las carácterísticas de Dios hacia sus hijos es su Misericordia, por lo que el papa Juan Pablo II estableció un domingo dedicado al culto de la Divina Misericordia. Una manifestación de la misericordia de Dios hacia sus hijos es el perdón que concede en los sacramentos, y especialmente en el sacramento de la Penitencia, lo que llevó a san Josemaría Escrivá a exclamar que "un Dios que perdona es padre y es madre" (Omnes, pág.18).

Para terminar, una cita del Editorial  de la revista cuando dice: "La gracia hace de la capacidad de perdonar una reacción característicamente cristiana" (Omnes, pág.4); y el sacerdote don Fernando del Moral recuerda a aquellos mártires que murieron perdonando (Omnes, pag.21), aunque resulta igualmente conmovedor el caso de los hombres y mujeres que, víctimas del odio, se negaron a que éste condicionase sus vidas.

Juan Ignacio Encabo Balbín

Francisco, papa, Vida, HarperCollins, 2024.
Varios autores, Omnes, marzo 2024.