Cada una de las muchas generaciones de cristianos que se han ido sucediendo a lo largo de los XXI siglos de existencia de la Iglesia Católica, han ido con toda naturalidad viviendo su fe en la cultura a la que cada uno pertenecía y en la que había nacido y había madurado, de modo que la propia cultura terminaba por cristianizarse y pulirse, erradicando lo que tuviera de contrario o inconveniente a la fe. Inmediatamente, se nos ha recordado, que debemos plantearnos cómo estamos, personalmente, trasmitiendo nuestra fe en Jesucristo y su doctrina salvadora, en el ámbito de nuestra familia, de nuestro ambiente profesional y social y en nuestra sociedad. Así lo expresa claramente el Catecismo de la Iglesia Católica: “El creyente ha recibido la fe de otro, debe trasmitirla a otro. Nuestro amor a Jesús y a los hombres nos impulsa a hablar a otros de nuestra fe. Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes” (CEE, n.166).
Precisamente, El profesor Cesar Izquierdo, Ordinario de Teología de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra, especialista en Teología Fundamental, comienza su último trabajo, sobre la inculturación de la fe, recordando la estrecha unidad entre la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, a lo largo de la historia de la teología y, especialmente, en el desarrollo del Concilio Vaticano II y, por supuesto, en su aplicación posterior al comienzo del tercer milenio que estamos viviendo.
Inmediatamente, el prof. Izquierdo, abordará con maestría cuales son los retos que plantea la sociedad actual al anuncio y a la trasmisión de la fe. Tanto en el ámbito de la cultura contemporánea como de la nueva civilización que está brotando con impresionante fuerza en este tiempo de cambios profundos del siglo XXI (159).
En primer lugar, nos subraya que el anuncio de la verdad de Jesucristo, implica el testimonio personal, pues solo desde la autenticidad de la propia vida, se pueden hacer creíble unos contenidos que proceden inalterables llevan desde hace tantos siglos: la vida, muestra la razón de las esperanzas, con la alegría y el optimismo de la verdad (160).
Es más solo desde la entrega de Cristo: “Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”, que corresponde al testimonio por excelencia, pues es Cristo vivo el Evangelio de Dios a los hombres, la verdad esencial que hemos de inculturizar y encarnar. De modo que solo con nuestra propia reverberación en la entrega, podemos acoger la entrega de Dios hace falta un corazón entregado (161). Este es en definitiva el objetivo de la Evangelización y del diálogo evangelizador: la identificación con Cristo. Narrar “lo que hemos visto y oído” (1 Io, 1,3), pues como afirmaba Juan Pablo II en la Redemptoris missio: “El hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros; cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y en los hechos que en las teorías. El testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de misión” (n.42). Y, enseguida, señala el prof. Izquierdo: “Más aún, el testimonio es en ocasiones la única forma de evangelización” (212).
José Carlos Martín de la Hoz
Cesar Izquierdo, Transmitir la fe en la cultura contemporánea. Tradición y magisterio a partir del Vaticano II, ed. Cristiandad, Madrid 2018, 350