Las relaciones entre trascendencia y secularización, o las cuestiones referentes al límite entre lo secular y lo espiritual, entre la inmanencia y la trascendencia, son asuntos capitales, pues el hombre muestra toda la hondura de su ser, en las situaciones límites y cuando busca la perfección de sus talentos y cualidades en el búsqueda de la virtud y de la santidad.

Estas cuestiones están muy bien expresadas por el profesor de la Universidad de Claremont en California, Ingolf U. Dalferth, al desarrollar estos temas, dentro de un trabajo más amplio, sobre trascendencia y mundo secular, editado y traducido recientemente al castellano.

La Encarnación de Jesucristo y su constante irrupción en la vida de los hombres, de cada hombre, para invitarle a su seguimiento, explica el que “La religión se vuelve irrelevante cuando no me sitúa ante decisiones existenciales que me abren nuevas perspectivas sobre mí mismo, mi mundo, los demás y Dios” (14). La secularización comienza cuando para el hombre Dios significa e importa poco (26).

Es cierto, por tanto, que en la vida espiritual, como en la creación del mundo y del hombre, la iniciativa parte de Dios “Jesucristo ha optado definitiva e irreversiblemente por los seres humanos, aunque estos lleven una vida de pecadores, alejada de Dios y despreocupada de él. Tal es el núcleo del mensaje cristiano, según el cual Dios ha venido para salvar y renovar el mundo por amor a sus criaturas” (15).

De hecho, el término trascendencia “en su uso filosófico y, en gran medida, también en su uso teológico, este término cumple más bien la función de un concepto reflexivo explicitador de sentido, un recurso dilucidador”(99). Así pues nos dice nuestro autor que “Solo un Dios autotrascendente puede ser creador, y solo seres humanos capaces de autotrascenderse pueden verse a sí mismos y comportarse como criaturas o no” (111). Efectivamente, en “el mundo occidental moderno la religión ha sido relegada a los márgenes” (112). A la vez “Dios es Dios y el mundo es el mundo. Este debe su existencia a Dios, pero no es divino” (113).

Es interesante que, enseguida, aborde la relación entre fe y vida de fe, pues en la línea que vamos comentando, creer es vivir creyendo (152), de modo coherente con la fe y, lógicamente, hay que añadir aunque el autor no lo menciones que, después del pecado original, se realice con las necesarias y habituales rectificaciones.

Por eso añade inmediatamente, que creer es verdaderamente confiar y abandonarse, pues “Quien cree pone su confianza en su Dios” (154). Y añade algo muy realista y práctico y es que el creyente desarrolla su vida en “acción de gracias, súplica, alabanza y queja ante Dios” (155). Esto es así, pues como hemos comentado al comienzo es Dios quien toma la iniciativa; se cruza en el camino de los hombres, concede el don de la fe (159) y hace posible la nueva vida del hombre en la vida de fe: “Dios se hace presente en la vida, y únicamente en virtud de ello deviene esta una nueva vida” (175).

José Carlos Martín de la Hoz

Ingolf U. Dalferth, Trascendencia y mundo secular, Ed. Sígueme, Salamanca 2017, 300 pp.