Efectivamente, tal y como me lo habían anunciado, Manuel Chaves Nogales (1897-1944), uno de los más grandes periodistas españoles del siglo XX, logró en la autobiografía de Juan Belmonte (1892-1962) , después de muchas horas de conversación con el torero y publicada en 1935, poner al personaje en pie.
Desde la primera hasta la última página de esta supuesta autobiografía de uno de los más grandes toreros de la historia, la figura de Juan Belmonte se va abriendo paso, con sencillez, con credibilidad, con la naturalidad de la Sevilla de la preguerra civil española, con toda su grandeza y su hermosura, con todas sus virtudes y toda su la soberbia de esa ciudad eterna.
En la biografía que presentamos apenas hay referencias a Dios y, eso, estando en Sevilla y estando en ella, la Esperanza y el Cachorro, y, al otro lado del puente de Triana, la Macarena y el Gran Poder, no se entiende o se da por entendido. Quizás con todo esto también el autor desea explicar y explicarnos parte importante de la vida de este matador de toros. Quien en cada corrida se juega la vida en la plaza, cómo no va a rezarle a la Virgen y pensar en la providencia de Dios.
Tanto en el autor, al final de la vida de torero (pp. 262 y ss.), como en el epílogo de Josefina Carabias (390), se habla de los libros del entusiasmo por la lectura y de sus amigos intelectuales que ejercían tanta atracción sobre él. Valle Inclán, Pérez de Ayala, Enrique de Mesa, Romero de Torres y Julio Antonio…Con esto quizás se puede pensar en libros sin digerir, lecturas sin criterio, formación caótica, como momentos de depresión, intentos de suicidio, etc.: “En 1915 estuve un poco chiflado (…). Llegué a estar tan sugestionado por las lucubraciones literarias, que terminé pensando en suicidarme” (257).
También está muy lograda la continua pugna de Belmonte con Joselito, seguida por todo el mundo, hasta la muerte de éste último en 1920. Ese hecho marcó toda una etapa de la historia de España, cuando ésta quedó dividida entre los partidarios de uno y de otro, en una pugna constante que llegó hasta el último pueblo de la península y hasta el interior de las casas y barrios. Y todo eso sin televisión, ni internet, ni washapps.
Como afirmaba Josefina Carabias en el brillante epílogo: "Sin la pluma de Manuel Chaves Nogales la vida de Juan Belmonte, aun siendo la misma, no habría tenido el interés que tiene, sobre todo para el lector no taurino, ni se habría traducido al inglés, ni se reeditaría hoy formando parte de una colección del mejor tono literario. Pero debo reconocer también que una figura como la de Juan Belmonte era lo que necesitaba Manuel Chaves Nogales para que su talento de periodista y escritor diera de sí todo lo que podía. Por otra parte, el hecho de ser los dos de Sevilla y de que la ciudad natal había influido tan notablemente en la manera de ser de aquellos dos hombres hizo que se entendieran mejor" (392).
José Carlos Martín de la Hoz
Manuel Chaves Nogales, Juan Belmonte, matador de toros, ed. Alianza editorial, Madrid 2015, 409 pp.