Olivier Guez, en La desaparición de Josef Mengele (Tusquets, 2018), después de haberse documentado bien, relata cómo uno de los mayores criminales de la historia logró evitar que lo apresaran y lo juzgaran, durante más de treinta años de vida bastante azarosa, que incluso dio pie a diversas leyendas, desde que terminó la Segunda Guerra Mundial hasta su muerte en 1979, en Brasil. En algunas ocasiones, tuvo suerte y escapó casi de milagro de quienes lo buscaban, pero también contó con diversos apoyos de autoridades políticas y de filonazis, en Argentina, en Paraguay, en Brasil y, por parte de su familia, desde Alemania. Quizá lo más sobrecogedor es que Mengele pensaba que había ayudado a su país y a la humanidad, a través de los experimentos con prisioneros de Auschwitz, donde decidía quiénes eran eliminados inmediatamente y quienes serían sometidos a sus atrocidades antes de morir, lo que le valió el triste apelativo de "Ángel de la Muerte".
La lectura de esta historia, bien escrita, me ha dejado un poso doblemente inquietante. Por un lado, la pregunta sobre cómo el nazismo –lo mismo podría decirse del comunismo– pudo triunfar y engañar a tantos. Por otra, la duda sobre si estamos a salvo de un desprecio de la persona humana y de su dignidad tan espeluznante como aquel. Si uno piensa en los millones de abortos que se producen cada año en el mundo, en las presiones de agencias internacionales sobre los gobiernos para que se considere el aborto como un derecho de la mujer y como una señal de progreso, la respuesta no parece demasiado halagüeña. ¿Y qué decir de los límites éticos de la experimentación científica? Un laboratorio no tiene el aspecto horrible y degradante de un campo de concentración, pero ¿qué ocurre con las manipulaciones que se pueden hacer y que quizá ya se están realizando en nombre de la ciencia, con las que el ser humano corre el riesgo de convertirse en producto, en máquina, en cobaya…? Cuando se cumplen doscientos años de la publicación de Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley, quizá no estaría de más releer esta novela clásica y, en cierto modo, premonitoria.
Luis Ramoneda
Olivier Guez, en La desaparición de Josef Mengele (Tusquets, 2018)