Estaba leyendo hará un par de domingos por la tarde el magnífico poemario Sin ir más lejos de Fermín Herrero (Hiperión, 2016) y, al pasar página, me topo con este endecasílabo deslumbrante con el que se inicia uno de los poemas del libro: Las mariposas arden, no se queman. Cuánto se expresa en estas once sílabas. Una de las características del lenguaje poético es la condensación, la densidad tanto de fondo como de forma. Lo primero que me sugirió el verso fueron imágenes de mariposas revoloteando en prados floridos con su variopinta gama estival. Después acudí al diccionario para precisar el significado de arder y de quemar y comprobé que el poeta no había elegido estos verbos al azar o como meros sinónimos, porque la distinción entre ambas palabras parece sutil, pero es significativa, y cada una ocupa el lugar debido en el verso, no son intercambiables, me parece.
Con esto ya estaba envuelto en un entorno de belleza, de emoción, de intuición enriquecedora, a la que contribuye también el ritmo del verso: once sílabas con una armonía sonora con la que se expresa también lo que se significa. En el primer hemistiquio, la combinación de los sonidos a, r, y s parece que reproduce, en un crescendo, el revoloteo de los lepidópteros adultos y el crepitar de la llama. El segundo hemistiquio es casi una sentencia y nos deja absortos, el ritmo se suaviza, a lo que contribuye la repetición de la vocal e. El poema sigue, pero no pretendo analizarlo aquí. Me parece que la belleza de la imagen, tan plástica, nos dice más y nos remite o trasciende hacia otras realidades, la del misterio de la vida, de la perfección que descubrimos en lo cotidiano, aunque sea efímero, y que quizá sea una llamada o reclamo o pregunta sobre el por qué y el para qué...
Al manifestar a otros la alegría por haberme encontrado con este verso, para mí luminoso, alguno puso cara escéptica o burlona, otro me preguntó qué quería decir en pura lógica, pero otros callaron, lo que me pareció un modo adecuado de asentimiento. Pienso que el error que impide disfrutar con la poesía está en analizarla como si de un silogismo se tratara. El lenguaje poético, como el musical, con el que está emparentado, es distinto, pero no falso, nos abre a la verdad de otra manera, con la intuición sorprendente, con la palabra precisa, con la metáfora chocante, con la emoción y con el ritmo, y así forma un todo que nos interpela o hiere de muy variados modos.
Luis Ramoneda
Fermín Herrero. Sin ir más lejos. Ediciones Hiperión. 2016.