Hace poco, cogí un tren de cercanías en Segovia para regresar a Madrid, después de haber recorrido un tramo del Camino de Santiago madrileño, desde Cercedilla –por el puerto de la Fuenfría– hasta la ciudad del Eresma, con dos amigos. Una estupenda caminata de casi treinta kilómetros, a pesar del aguacero que nos cayó encima.
En el tren, me fijé en una madre joven y en su hijita, que se apearon en la estación de San Rafael. A las dos se las veía felices, la niña moviéndose de un lado a otro, cantando, bailando, o haciendo piruetas desde el regazo de la madre, con la elasticidad propia de sus tres o cuatro años. La madre, hablando a la hija con ternura, acompañándola en sus juegos y en sus canciones, compartiendo la merienda o vigilando con la mirada los movimientos de la pequeña por el vagón…
Una escena repetida millones y millones de veces a lo largo de la historia de la humanidad y en todos los rincones del ancho mundo; una escena que a cualquiera enternece, que nos hace más humanos y que nos evoca probablemente tantos desvelos maternales recibidos, aunque la infancia quede quizá ya bastante lejana. Mientras se me contagiaba la alegría de las dos mujeres, pensé en que la ideología de género y otros intentos de acabar con la familia van contra el sentido común, van contra lo que se nos ha dado por naturaleza y solo pueden dejar una sociedad herida, inhumana, egoísta y solitaria; o convertirnos en cobayas de laboratorio. En los últimos años, se ha intentado eliminar casi la figura del padre, ahora parece que se pretende hacer lo mismo con la de la madre, apoyándose incluso en la ciencia. Estremece pensar en los hijos que puedan sufrir los efectos de estos planes perversos.
Hay buenas novelas en las que la familia es protagonista, por citar algunas, pienso en Señora de rojo sobre fondo gris de Miguel Delibes, en Rescoldo del mexicano Antonio Estrada, en Por donde sale el sol de Blanca García Valdecasas, en Katrina de Sally Salminen, en Año de lobos del alemán Willy Fährmann o en El murmullo de las abejas, más reciente, de la también mexicana Sofía Segovia… Seguro que los lectores podrán añadir y recomendar otros títulos clásicos o recientes. Es mucho lo que está en juego para el futuro de la humanidad y pienso que la buena literatura también puede ayudar en la tarea de recuperar el sentido común.
Luis Ramoneda