Violencia y religión

 

Jan Assmann, especialista en egiptología y en historia del judaísmo antiguo, estudia el uso de la violencia en las religiones antiguas y en el Antiguo Testamento, particularmente, en el establecimiento de Israel.

La tesis del trabajo la explicita el autor: "El motivo de la violencia en esa tradición se explica –esa es mi tesis- por la fuerza antagonista de la distinción mosaica entre la religión verdadera y la religión falsa, entre lo antiguo y lo nuevo, y por la ruptura radical, es decir, la conversión que exige a los hombres. Esa ruptura es todo lo contrario de una forma de evolución: no constituye la finalidad de un proceso que se encaminaría lentamente hacia ella, sino que se sitúa completamente de través en relación con el curso del desarrollo histórico. El código narrativo para esa irrupción de lo exterior es la revelación" (116).

Asimismo el autor hace suya la tesis de Maimonides desarrollada en la la Guía de perplejos por la cual el judío cordobés se aventuraba a afirmar que Dios para eliminar el politeísmo estableció tres pasos sucesivos: institucionalizar los sacrificios del templo, la oración de los Salmos y la invitación a la oración de contemplación.

Finalmente, Assmann plantea la revelación divina recibida por el pueblo judío como una revelación de la Ley y por tanto sometida a la literalidad de la Escritura y a la interpretación jurídica de la misma, siempre sujeta a los rabinos.

Una vez expuestas las tres tesis fundamentales del trabajo, hay que resaltar que las menciones al cristianismo son escasas, colaterales y sin ningún tratamiento específico, por lo que debe considerarse incoherente el título.

En efecto, la Revelación cristiana en la persona de Cristo, Hijo de Dios y Dios verdadero, contenida en el Nuevo Testamento y la Tradición, no supone ninguna violencia para el que la recibe sino plenitud de amor y felicidad.

Es más, la hipótesis de que el monoteísmo plantea violencia, al dividir a los hombres entre los que aceptan y los que la rechazan, ha sido contestada por muchos autores, entre otros, por Benedicto XVI y por la propia historia de la Iglesia. Siempre, siguiendo la doctrina revelada por Jesucristo, la Iglesia,  ha rechazado los bautismos forzosos y el impeler a las almas a la práctica religiosa.

Evidentemente, la actuación del magisterio eclesiástico tiene por una parte la sobrenatural asistencia del Espíritu Santo y por otra la capacidad de rectificación si, por circunstancias históricas, no ha habido en las actuaciones de los cristianos coherencia entre fe y vida.

Las cruzadas, que menciona Assmann, por ejemplo, se apoyaron en el derecho de defensa ante la violencia con la que los musulmanes impidieron las peregrinaciones a los santos lugares y amenazaron con la desaparición de los vestigios que quedaban.

Como el mismo Assmann concluye: "La violencia atañe al ámbito de la política y no de la religión, y una religión que se apodera de la violencia queda anquilosada en el dominio de lo político y pierde su verdadera función en este mundo" (123). Por eso Juan Pablo II, una vez más, el 12 de marzo de 2000 pidió solemnemente perdón por los pecados de los cristianos y, en concreto, por el uso de la violencia para defender la fe.

Cristo es alfa y omega. No es pura evolución. Sobre todo en el sentido espiritual y magisterial. La palabra de Dios no está encadenada (2 Tim 2,8), por tanto esto sí que es una revolución: Dios mismo nos habla a través de su Hijo Unigénito.

El problema, por tanto, no radica en la esencia de la religión, Dios es amor, sino en la falta de coherencia entre fe y vida. Los cristianos siempre lucharemos por la santidad, por la unidad de vida. A los cristianos se nos pide el esfuerzo de vivir el Evangelio en profundidad.

 

José Carlos Martín de la Hoz

 

Jan Assmann, Violencia y monoteísmo, ed. Fragmenta, Barcelona 2014, 123 pp.