“Un caballero en Moscú” de Amor Towles, es un descubrimiento gratificante. Tengo la impresión de que no es fácil encontrar buenas novelas, en los tiempos actuales, aunque, como es lógico, siempre dependerá de qué busca cada uno. En este caso podemos hablar de una historia simpática, con detalles de humor, con los rasgos históricos de una época convulsa, la revolución marxista en Rusia en los principios del siglo pasado. Tiene críticas a la revolución, pero también a la situación social en Rusia de los tiempos previos.
Pero creo que hay una línea que enlaza las diversas situaciones, los diversos personajes, los momentos anímicos del protagonista. Observamos una actitud de aceptación que no es conformismo. Condenado de por vida a vivir en su hotel preferido, seguramente en su ánimo pesa más el hecho de que la pena inicial era de muerte. O sea, ha salido bien parado. Y no se derrumba ante su situación de falta de libertad. Lo que hace es organizar su vida.
Sofía le considera su padre, pero en realidad es hija de una mujer a quien el conoció bien en el hotel cuando era una niña. En un momento determinado, con gran pesar del conde -nuestro protagonista- tiene que despedirse de ella, a quien quiere como si verdaderamente fuera hija suya. El momento manifiesta bastante bien la actitud de este hombre que no se ha desmoronado -solo tuvo un momento crítico- y el texto dice literalmente: “La noche antes de salir de Moscú, al manifestar la inquietud que le producía lo que su padre quería que hiciera, él había intentado tranquilizarla con una idea”.
Sofía está expectante, muy triste por la despedida: “Le había dicho que nuestra vida la dirigen las incertidumbres y que muchas son desalentadoras, incluso perturbadoras, pero que si perseveramos y conservamos un corazón generoso, es posible que se nos conceda un momento de lucidez suprema, un momento en el que todo cuanto nos ha sucedido se define, de pronto, como el desarrollo necesario de los acontecimientos, y nos hallamos ante el umbral de una vida completamente nueva, esa vida a la que siempre habíamos estado destinados”.
Este planteamiento, en un hombre que pasó los mejores años de su vida encerrado -aun cuando tuviera una cierta libertad de movimientos- manifiesta el descubrimiento de que la vida tiene un sentido. De alguna manera Dios nos marca un camino, unos objetivos. Al principio de la vida, un joven seguramente es poco consciente, pero con el tiempo el hombre en su madurez se da cuenta de que tiene algo que hacer, ha tenido algo que hacer. Y eso aun cuando el análisis de su vida puede verse como una acumulación de sinsentidos.
Cuando el conde está despidiendo a su hija -de adopción-, joven y con futuro prometedor, quiere hacerla entender cosas que ve mejor quien ha realizado su vida de una manera lógica. Parece que todos aquellos años encerrado en un hotel sería un desastre en la vida de cualquier persona, pero él ha sabido sacarle su sentido. Otros se hubieran desesperado. Él mismo, al principio, tuvo momentos de ceguera trágica.
En realidad, todos venimos a este mundo a hacer algo. Al fin y al cabo, tenemos que ganarnos nuestro destino eterno con nuestras obras y estas dependen en gran medida del deseo de vivir y de vivir bien. “Nuestra vida la dirigen las incertidumbres” le había dicho su padre. Ahora ella tenía que arriesgar, con un planteamiento vital que podría ser de grandes éxitos, pero podría volverse en grandes fracasos. Pero la vida hay que vivirla, buscando en todo momento cual es el sentido.
Ángel Cabrero Ugarte
Amor Towles, Un caballero en Moscú, Salamandra 2018