Enero de 2024, 16:30

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Madrid

Marzo, 2016

Diario de un hombre superfluo

Turguéniev, Iván

El protagonista de esta obra es Chulkaturin, rico aristócrata de una ciudad rusa innominada, que al borde de la muerte escribe sus memorias a lo largo de los diez últimos días de su vida. Tras subrayar que tuvo una infancia normal aunque triste ya que su madre le trataba con cariño pero con frialdad, reconstruye a grandes rasgos su trayectoria, siempre marcada por el fracaso.

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Imagen de nitavidal

La muerte es implacable, acaba con todo resquicio del hombre superfluo, abandonándolo en el vacío que hizo con su vida. Un diario, una despedida, que entraña un recuerdo: el único resquicio del amor. 

¡Vivid, vivos! A eso nos reclama la lectura de esta pequeña novela, a vivir una vida en plenitud, no superflua, no artificial, no banal...
Imagen de emilionavarro

Relato muy original por su tema central. Un pluf de hombre, ni siquiera un antihéroe. ¿Como engancharte a una novela en el que su protagonista destaca por la nada? Turgeniev lo logra, con una narración espléndida, descripción de la época, costumbres burguesas, los paisajes...las ilustraciones son magníficas pero...¿era así realmente la estepa rusa?

Imagen de Cipri Mtnez-Algora

"Una vida sin examen no merece la pena ser vivida" y, aunque tarde, el personaje de esta distraída novela lo hace y se da cuenta de su desdichada y nimia vida.

 

Imagen de Ran

Excepcional relato en el que Turgueniev ofrece la imagen de un personaje singular que define su vida como superflua -ninguna vida es superflua-, y esto sucede bajo  la influencia de un tardo romanticismo que plantea una vida desgarrada, no exenta de fatalismo,, de una pasión frustrada en amores que lleva al protagonista a considerarse como un personaje superfluo con toda su vida carente de sentido.
Es de tinte romántico su apasionado amor -¿superficial?- desde el primer momento en que conoce a Liza, que le lleva a tales extremos como la provocación y enfrentamiento con el príncipe su rival. La misma figura del príncipe está salpicada de romanticismo: se podría decir que va de "don Juan", robando corazones de jovencitas inexpertas, sin comprometerse en absoluto y, una vez provocado el daño en nuestro protagonista, dejando herida de muerte la relación de Chulkaturin con Liza.
Resulta magistral el modo de reflejar el proceso de maduración de Liza, de adolescente, al comienzo del relato a su delicada transformación en una verdadera mujer, que encaja el golpe de la negativa y marcha del príncipe, y que resuelve una vez más con una resignación teñida de fatalismo, con un matrimonio singular, que hunde a nuestro protagonista considerándose un hombre superfluo.
Chulkaturin es despiadado, inmisericorde consigo mismo; su fina sensibilidad está herida y le hace ver la realidad bajo el prisma del fracaso en vez de tomarla en su realidad tal como es, lo que le cierra la mente y el corazón a un horizonte más alto y rico que le permita cerrar su herida.
En definitiva, un relato que refleja y marca una época.
 

Imagen de acabrero

Hay una desproporción entre las expectativas creadas por el autor al comenzar su “diario”, y lo que luego nos cuenta, ya que da la impresión de que, en su memoria, ante la proximidad de la muerte, solo hay una historia de amor fallida. Quizá es ese vacío de acontecimientos lo que justifica el “apodo”, que él mismo se pone, de hombre superfluo. Me recuerda lo que me contaba un amigo de otro que al enterrarle alguien quiso poner un epitafio y puso: “Aquí yace Fulanito, sin más ni más”. Es verdaderamente triste ver el conjunto de la vida de una persona y no poder decir nada. En el protagonista de esta breve novela esa sensación es muy marcada pues, aunque contaba solo treinta y tantos años, de sí mismo no puede decir nada, y en su memoria solo queda un acontecimiento triste.

La narración de Turgueniev es magistral, transmitiendo los sentimientos, describiendo las circunstancias, mostrando a las personas, con auténtica maestría. La edición es muy buena. Solo tengo una duda: no sé si es conveniente añadir ilustraciones en una novela, sobre todo cuando el autor describe con tanta calidad. Me parece que, en la literatura, salvo que sean tebeos o libros de poca calidad, lo propio es que el lector se imagine todo, solo con las descripciones que aporta el escritor. En esta edición los espléndidos dibujos de Juan Berrio determinan al lector, le dan una imagen que quizá es distinta de la que se habría formado.

Imagen de amd

Novela breve, escrita en primera persona central en forma de diario, en la que pocos días antes de morir el protagonista rememora recuerdos de su niñez, de su juventud y, especialmente, de sus sentimientos amorosos; sin embargo, según va escribiendo el relato, se da cuenta de que “ante la eternidad, todo son naderías”. Con el inicio de la primavera, un 20 de marzo, en pleno proceso de deshielo y con la naturaleza exultante, Chulkaturin se siente morir a pesar de tener tan solo treinta años. Este personaje (que recuerda al propio autor en algunos de sus rasgos y también en la presentación de su vida familiar) es hijo de unos ricos terratenientes, cuya infancia se ve marcada por el carácter opuesto de sus padres: su madre virtuosa y rígida, sentenciosa y recta, frente a la figura de su padre, jugador empedernido que dilapida la fortuna familiar (“entregado al vicio, no tenía ningún poder, ni valor en su propia casa”). A los 12 años, sus vidas se ven truncadas dramáticamente por el fallecimiento súbito del padre que deja una enorme deuda. Años después, recuerda que en ese momento, frente al cadáver de su padre,  “la muerte me había mirado a la cara y había reparado en mí”.

Pero, probablemente, los hechos más destacados que se rememoran en el diario corresponden a su estancia de seis meses en una capital de provincias; allí conoce a Yelizaveta de la que se enamora: un amor cálido, joven y oloroso. El protagonista, una persona recelosa, desconfiada y tensa desde la infancia, competirá por este amor con otros pretendientes más cualificados, especialmente el príncipe N*, un oficial peterburgués, brillante, guapo, ágil y desenfadado. Con este episodio, se perfila en la novela el arquetipo de “hombre superfluo”, un aristócrata inteligente, idealista, melancólico y dubitativo, que se considera incapaz de cambiar las cosas y acabará siendo un simple espectador de la realidad.

Turguénev, considerado como uno de los grandes escritores del XIX, incluso por los propios novelistas rusos contemporáneos, imprime al relato una gran fuerza expresiva. Con una prosa magnífica y un estilo vivo, destacan en la novela tanto las descripciones de espacios como de sentimientos y pasiones, con el uso medido de los sinónimos en forma de gradatio, el dominio de la adjetivación y de los adverbios. Tanto por la calidad expresiva como por los temas tratados, resulta una obra literaria muy interesante y muy recomendable, que se cierra con una espléndida cita de Pushkin: “y la belleza de la naturaleza impasible/ no deja nunca de brillar”; el individuo desaparece, pero la vida continúa en todo su esplendor.
 

Imagen de Pedro García-Alonso

Obra sencilla y breve, recomendable para un lector rápido. Su lectura es corta y fácil, con rancio sabor añejo y veterano que destila en sus páginas. El argumento es sencillo y ágil, sin grandes pretensiones. Consta de dos partes. Comienza hacia adentro, mostrando el carácter insustancial del protagonista, y concluye hacia afuera, narrando su trágico final en un clásico episodio sentimental amoroso.

El argumento es muy aplicable al caso actual, de una sociedad hueca y aparente. A través de celos desquiciados, con enredos infantiloides, cargados de reflexiones improductivas, expone un modelo de vida burgués, vacío e inútil, cargado de fingimiento y ‘postureo’. Describe a un personaje que nace entonces, y que posteriormente se convierte en un arquetipo de la literatura rusa (véase “Guerra y Paz” de Tolstói o “El Idiota”, de Dostoievsky). Se trata del aristócrata decadente, melancólico y dubitativo, rico y soñador, sensible e inteligente, cultivado e idealista… pero sin razón de ser ni de vivir, carente de motivos y valores, aburrido de su existencia rancia e inútil.

Escrita con buena prosa, contiene logrados efectos descriptivos de los caracteres de sus personajes. Con todo, varias veces descoloca la comprensión, demostrando estar escrita originalmente en ruso y hace casi dos siglos. De ahí que su valor esté más en la forma, que en el fondo. Su contenido argumental responde al momento de la cultura romanticista, decadente decimonónico, propio del viejo imperio ruso. Con todo, aporta un modo rico de descripción, culto y sutil, con gran riqueza expresiva y de muy ágil escritura.

Su género literario es el propio de una breve novela, romántica y dieciochesca, de rápida lectura. Ágil en su estilo y rica en su redacción, escrita como diario y en primera persona, a modo de soliloquio y autoexamen. Adopta una visión subjetivista y personalista, advirtiéndolo al lector, con el que comenta y justifica sus apreciaciones. Tras describir el autor su propio modo de ser, retratando pormenorizadamente su personalidad, termina demostrándolo a modo de ejemplo, con la narración del final de su vida.

Aunque el personaje es plenamente consciente de la tontería y estupidez de su vida y de sus motivaciones, él se reconoce impotente e incapaz de cambiar el curso de las cosas, ni tan siquiera en su propia vida. Al final se reconoce como un mero espectador incapaz, un elemento superfluo y sobrante, perfectamente prescindible, que no aporta nada al mundo ni a la sociedad en la que vive. Toda una lección y un mensaje para muchos miembros del mundo actual “desarrollado”.

 

Imagen de cattus

Acabo de leer la nueva edición de "Diario de un hombre superfluo" de Iván Turguénev (o Trugueniev) de Nórdica libros (2016) y he de felicitar a los editores, por las magníficas ilustraciones de Juan Berrio, por la elegancia y cuidado de cada detalle...; libros así nos ayudan a valorar la lectura como uno de los actos más nobles que podemos hacer. Por otra parte, esta breve novela de 1850 es un clásico, una pequeña obra de arte, a través del diario escrito por el protagonista, pocos días antes de fallecer, en el que expone su vida que él considera un fracaso. Un retrato psicológico y social de una figura que a partir de entonces se hizo arquetípica en la literatura rusa del siglo XIX.