CampoGrande

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Imagen de Azafrán

Primera novela de Kazumi Yumoto, nacida en Tokio en 1959. La primera edición en japonés se publicó en 1992, cuando contaba 33 años.

Tres niños japoneses de sexto de primaria, Kawabe, Tamashita y el protagonista, Kiyama, desvelan al lector las primeras experiencias trascendentales en su corta vida.

Kiyama es el alter ego de la autora.

Cada uno de los niños, a través de sus diálogos con Kiyama, el protagonista, o con el resto de los personajes, nos relata el ambiente de su casa. Comprendemos en cierta medida sus reacciones, una vez conocida su procedencia. Así,  Ymashita, es hijo del pescadero. No es muy bueno en la escuela ni en la academia pero todo se soluciona porque podrá trabajar en el negocio familiar. Es bastante gordo y juega de portero pues no corre mucho y sufre por su torpeza.

Kawabe, es ágil en el juego y con la palabra. Es imaginativo. Pero también debe soportar un sufrimiento: su padre abandonó a su madre y a él y posteriormente formó otra familia. Ese abandono se traduce en inseguridad personal. Usa gafas.

Kiyama vive con sus padres. El padre trabaja demasiado y su madre se siente en cierta medida abandonada: tal vez por eso, su madre frecuentemente bebe mucho alcohol. Kiyama es el líder interior del grupo. Los otros dos se apoyan en él en los momentos de dificultad o de miedo. El también sufre por su tamaño. Se siente desproporcionado y desgarbado por su excesiva altura.

El relato comienza con la muerte de la abuela de Kawabe. El niño asiste a los ritos de enterramiento de su abuela pero no llega a verla después de fallecida.

 Ante el fallecimiento de la abuela de Kawabe, los tres amigos se plantean el problema de “el más allá”, hasta entonces ajeno a su pensamiento. Uno de los padres asegura que no existe nada después de la muerte.

De algún modo, los tres niños se enteran de la existencia de un vecino anciano, gravemente enfermo, y deciden espiarle en todos sus ratos libres para descubrir la muerte y sus circunstancias.

El anciano, un militar que participó en alguna de las guerras del siglo XX entre Japón y China, vive retirado sus últimos días, en una casa vieja y sucia. Ellos le siguen en sus escasas salidas al supermercado en busca de comida. Y luego observan que la comida se pudre sin que él la ingiera. Deciden tirar las bolsas con alimentos putrefactos al contenedor para evitar respirar el aire infecto en sus momentos de espionaje.

Poco a poco empiezan a frecuentar la amistad del anciano, gravemente enfermo, y le preguntan sobre su vida pasada y la razón de su soledad. Así descubren que es un excombatiente y que estuvo casado antes de ir a la guerra. Las experiencias de la guerra hicieron que regresase escondido y que le dieran por muerto.

Los niños investigan los datos que el anciano les dio en sus conversaciones y tratan de encontrar a la esposa que el excombatiente dejó abandonada después de la guerra. Se relacionan con dos mujeres que se corresponden con los datos que el anciano les facilitó, sin esperanza alguna de dar con ella.

Ayudan al anciano deprimido y, no solo le limpian de hierbas el jardín, lo siembran de flores, le ayudan a tender la ropa que el anciano lava, le sacan la basura…, también investigan y dan con la esposa del soldado japonés, quien a la sazón está internada en un psiquiátrico.

Una semana antes de terminar las vacaciones de verano, los niños se van a otra isla, en una especie de campamento de fútbol. De hecho es la casa del entrenador.

El problema de la existencia de un mundo trascendente continúa rondándoles la cabeza. Hablan de las tradiciones orales y escritas de seres no reales y su importancia en la cultura popular.

Durante el campamento se pelean y descubren que son capaces de defenderse y que ya no sienten los temores de la indefensión de la infancia.

A su regreso del campamento, los niños encuentran al anciano  fallecido en la soledad de su pequeña y vieja casa. A partir de ese momento se dan cuenta de que se sienten más seguros si continúan en una especie de diálogo interior contándole sus problemas como hacían en vida, cuando escuchaban sus consejos.

La muerte no puede acabar con la amistad. El relato está entretejido de detalles de esa cálida amistad con el anciano.

Imagen de acabrero

Este libro me parece simpático. Creo que tiene una seria de valores positivos en la actuación de los chavales. Como muy bien apunta amd, se descubre el cambio hacia la adolescencia, desde una situación de infancia, con las ocurrencias propias de esa edad. Los chicos se preguntan sobre la muerte, algo que seguramente se da en muy pocos casos, porque incluso ante la muerte de algún ser querido, las familias tienden a ocultar esos sucesos a los pequeños.

Pero lo que no podemos pedir a una autora japonesa pagana –es decir, que no tiene una fe religiosa-, como lo son la mayoría de sus congéneres, es que diga algo verdaderamente importante sobre la muerte. El sentido religioso de todas las culturas de la historia de la humanidad han buscado alguna salida al después de la muerte, con soluciones muy diversas, a veces disparatadas, a veces muy pobres. Pero desde el paganismo no puede aportar nada, aun cuando cualquier persona, casi todo el mundo, se plantea alguna vez en la vida, o muchas, qué pasa después de la muerte.

Lo que en este libro se apunta es claramente insuficiente, pobre, sin una sola mención de Dios o de los dioses. Hay un planteamiento del problema por parte de los chicos, y ninguna solución por parte del viejo ni de los padres, ni de la autora. Nos quedamos con la misma tristeza que tenían los griegos cuando pensaban en el hades. O sea, creo que no aporta nada de interés, pues ni siquiera se puede decir que el estilo literario sea una maravilla.
 

Imagen de amd

Novela de iniciación, amena y entretenida, aunque en ella se tratan temas de gran profundidad. Como es propio en este tipo de novelas de protagonista múltiple, los personajes principales son tres amigos, tres niños de unos 12 años (a punto de iniciar la adolescencia),  que se complementan entre sí con sus distintas personalidades. Cada uno de ellos aparece descrito con una fisonomía opuesta (Yamashita, el gordito; Kawabe, el gafotas; y Kiyama, el larguirucho), un carácter particular, un tipo de familia y una forma de vida diferente: todo ello sirve para unirles más, porque de ese modo se complementan.
La acción se plantea en un momento de cambio: por edad, están creciendo mucho y muy deprisa, su cuerpo se va transformando con el paso a la pubertad; además en el ámbito escolar, están terminando sexto curso y el año siguiente comenzarán la etapa de Secundaria. Además, a todo ello se añade el fallecimiento de un familiar cercano: la abuela de Yamashita, que les hace plantearse seriamente por primera vez el tema de la muerte. La muerte de un ser querido puede zarandear nuestras vidas y despertar fantasmas dormidos que nos pueden acosar si no sabemos enfrentarnos a ellos: “Ahora entiendo por  qué me asustan, porque no les importo, porque no me entienden ni yo a ellos”, porque a veces los hemos relegado  a “otro mundo”, un lugar incomprensible si falta la fe.
Junto al tema de la muerte, se plantea el tema de la vejez y de la soledad. Los niños comienzan espiando a un anciano, que probablemente fallecerá pronto; pero poco a poco empiezan a ayudarlo: le llevan comida fresca, le recogen la basura del jardín, compran plantas para adornar el césped. Finalmente, se convierten en sus confidentes y el anciano se desahoga con ellos: ha guardado los horrores de la guerra, de sus recuerdos más dolorosos en una bolsa profunda, sin mostrarlos durante años. Así pues, ese verano de transición cambiará sus vidas.
El relato refleja muy bien el estilo y la forma de hablar de los niños, tanto por el vocabulario utilizado (sin eufemismos), como por la espontaneidad, la frescura y la ingenuidad de sus diálogos para tratar los temas trascendentes. Todo ello lleva a los lectores a pensar en otras novelas similares como “El camino” de Miguel Delibes, de inolvidables personajes (Daniel, el Mochuelo; Germán, el Tiñoso; y Roque, el Moñigo)  que se recrean en los mismos temas: la infancia fugaz y efímera, la exaltación de la amistad inquebrantable, la vecindad entre la vida y la muerte; aunque siempre atenuados por los rasgos de humor y la prosa poética: “La luz siempre está ahí, pero los colores se esconden”.
 

Imagen de Pipa

El tema principal de esta sencilla novela es la curiosidad ante la muerte, única experiencia vital que nos une a todos sin distinción de categorías, clases sociales, edad, sexo, etc... Pero la reflexión puede ser muy diversa según el ángulo desde el que se contempla. Y esa es la gracia de este libro. La mirada inocente y pura de tres amigos japoneses, de doce años, compañeros del mismo colegio y clase, que hasta que se murió la abuela de uno de ellos nunca se habían planteado. La novela te lleva de la mano también  para conocer la psicología de los chavales de doce años, bastante parecida a todos los niños de esa edad (imaginación, compañerismo, la mirada aguda y crítica en ocasiones, la sinceridad o la falta de ella, la carencia de delicadeza o prudencia en ocasiones, la duda, la inseguridad, el miedo, la curiosidad, la pandilla...). Y por otra parte pinta de modo muy acertado el tema de la ancianidad. Uno puede ser anciano, pero no tonto. Y el anciano "espiado", se da cuenta enseguida de que los tres chicos están observándole. Lo cual para él, fuera del enfado inicial, es motivador para actuar positivamente a favor de él mismo y de los chavales... Nos puede llevar a pensar que a veces los ancianos están solos y desatendidos, y por eso se mueren de pena.

El libro es fácil de leer, diríamos que una novela de iniciación, del paso de niño a adolescente. Y aunque no profundiza mucho, trasciende en sus reflexiones, dándose cuenta los chicos, que la muerte es un paso a un más allá. Vamos, que esta vida merece otra...

La recomendaría a todo el que trabaja con chicos de esta edad, y también para hacer libroforum.