Se celebran mensualmente.
«Una historia de amor, amistad y transmisión del saber...»
Auténtico fenómeno social en Japón (un millón de ejemplares vendidos en dos meses, y otro millón en formato de bolsillo, película, cómic y CD) que ha desatado un inusitado interés por las matemáticas, este novela de Yoko Ogawa la catapultó definitivamente a la fama internacional en 2004. En ella se nos cuenta delicadamente la historia de una madre soltera que entra a trabajar como asistenta en casa de un viejo y huraño profesor de matemáticas que perdió en un accidente de coche la memoria (mejor dicho, la autonomía de su memoria, que sólo le dura 80 minutos). Apasionado por los números, el profesor se irá encariñando con la asistenta y su hijo de 10 años, al que bautiza «Root» («Raíz Cuadrada» en inglés) y con quien comparte la pasión por el béisbol, hasta que se fragua entre ellos una verdadera historia de amor, amistad y transmisión del saber, no sólo matemático…
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Hay libros, como las
Hay libros, como las matemáticas, que se resisten a una lectura rápida; el lector necesita dedicarles tiempo; quizás releerlos para alcanzar el néctar escondido.
El tiempo es una magnitud en la cultura japonesa con parámetros diferentes al concepto expresado en la expresión “el tiempo es oro” que resume el sueño americano y también simboliza, en este mundo globalizado, el triunfo profesional o social en la sociedad europea occidental.
En la novela de Yoko Ogawa, el tiempo también es importante, aunque de otra forma. Hay un tiempo histórico representado por el devenir de un equipo de baseball (el baseball es el deporte de masas estrella en Japón) y por la historia del protagonista, un profesor de matemáticas que va perdiendo progresivamente la memoria reciente tras un accidente de tráfico sufrido en 1975.
En ambos casos, el paso del tiempo indica deterioro: peores resultados en las sucesivas ligas y una creciente fragilidad en la capacidad de recordar que se reduce inexorablemente y que se manifiesta con mayor frecuencia en crisis de angustia en el profesor incapaz de reconocer a las personas que le rodean.
Yoko Ogawa enfrenta al lector al interrogante sobre la utilidad de esas personas a las que el tiempo castiga con una memoria fragilizada. ¿Son útiles a la sociedad? ¿merecen la atención que su condición requiere?
Para reflexionar sobre estos interrogantes, la autora sitúa el personaje del profesor de matemáticas en sus últimos días de trabajo intelectual, en sus últimos éxitos como investigador matemáticos. Y junto a él, una empleada del hogar dispuesta a hacer bien su trabajo, sin regatear ni esfuerzo ni tiempo.
El profesor, a pesar de su limitación, será capaz de entregar su tiempo consciente de que le queda poco y de que se le escapa. Será capaz de interesarse por las circunstancias difíciles de esa madre soltera que trabaja en su casa mientras deja a su hijo solo “porque la vida es así”. El profesor pondrá las cosas en su sitio: los niños son lo primero; lo que en este caso supondrá que la empleada tendrá que traer a su hijo por las tardes; que el niño cenará con el profesor y tomará más cantidad que el propio profesor; que el profesor interrumpirá con gusto sus últimos trabajos de investigación para contestar a las preguntas intrascendentes del niño sobre baseball o sobre cualquier tema.
El niño de 10 años, el hijo de la empleada del hogar, el hijo cuyo padre está ausente de su vida, recibe del profesor atenciones y dedicación que le transformarán en un hombre intelectualmente brillante y humanamente generoso. Un niño capaz de ver las dificultades que tiene que sortear el anciano de memoria frágil y de aventurar soluciones a esas dificultades, incluso, de prevenir a su madre de ellas.
Madre e hijo aprenden a anticiparse a las posibles crisis de identidad del profesor. Y le hacen la vida más llevadera. Como buenos amigos, intercambian tiempo a través de atenciones recíprocas.
Como en todos los relatos, hay también personajes antagonistas, que actúan negativamente e impiden o tratan de impedir el desarrollo en positivo del argumento. En esta novela, existe un personaje malicioso que intenta alejar a la empleada y a su hijo de la amistad, de la casa del profesor de matemáticas.
La solución del enigma (¿lo conseguirá?) viene explicada, como un enigma matemático, a través de formulaciones matemáticas que van calando en la sociedad con los años de educación de generaciones sucesivas. Una especie de evolución en la comprensión de las matemáticas y de su utilidad a nivel social.
Tras la presentación de la fórmula de Euler, el lector puede alcanzar a entender que los sentimientos grabados “a fuego” en el corazón humano, no pueden ser borrados ni por el paso del tiempo, ni por la enfermedad. Que la amistad, construida a través de la dedicación personal perdura, aunque tenga que utilizar símbolos (un cromo o un guante de baseball) para demostrar su fuerza inquebrantable.
El béisbol y las matemáticas
El béisbol y las matemáticas son los temas reincidentes en casi todas las páginas de esta novela que, podríamos decir, es simpática. Si el béisbol no te interesa nada la posibilidad de que te emocione el libro baja un tanto. Creo que la incidencia de las matemáticas puede ser de más interés, porque descubre ideas, fórmulas, curiosas que pueden interesar a cualquiera pero sobre todo que los amantes de estas ciencias. El fondo es la amabilidad y es de agradecer el buen trato, los constantes detalles de los tres protagonistas. Bien escrita, sin grandes problemáticas, se lee con gusto.
na madre soltera con un hijo
Una madre soltera con un hijo de 10 años comienza a trabajar como asistenta de un anciano profesor de matemáticas que padece de amnesia: su memoria solo puede conservar los últimos 80 minutos de su vida, así como la época anterior a un accidente de tráfico, que tuvo lugar muchos años atrás. La asistenta, muy profesional, es enviada por una agencia y cada día la recibe el profesor con las mismas preguntas, ya que no se puede acordar de ella. Un día, ella comenta que tiene un hijo, y el profesor insiste en que lo traiga por las tardes, a la salida del colegio, para que no tenga que esperar tanto tiempo para cenar. A partir de ahí se desarrolla una relación encantadora entre el profesor y el niño, a quien este bautiza con el nombre de “root”, raíz, pues opina que su coronilla tiene la forma del símbolo matemático de raíz √.
El relato completo trata de comprensión, de cariño, de amor por las matemáticas y por el béisbol, de la fragilidad de la mente y la memoria y de la madurez de un niño de 10 años, así como del compromiso de una mujer joven con un anciano que necesita su ayuda y que, debido a la enfermedad, cada día la saluda como si la viera por primera vez, al igual que sucede con su hijo “root”. Muy recomendable.
Una madre soltera (la narradora), su hijo de diez años, y un viejo matemático que ha perdido la memoria en un accidente, al que no queda más familia que su cuñada. Ésta contrata a la narradora como asistenta para el anciano. Y ahí comienza una historia de amor y amistad maravillosa. Descubrí este libro en mi librería habitual. El comentario era elogioso, pero lo que me atrajo de verdad fue la portada: ¡La fórmula de Euler! La fórmula más notable de las matemáticas para Feynman; la fórmula elegida como la más hermosa por los lectores de una prestigiosa revista matemática…pero ¿una novela? Era intrigante. En la librería, me enteré por la contraportada de que el libro ha sido “un fenómeno social en Japón”: millones de ejemplares vendidos, cómic, película… Con estos antecedentes es de temer un pastel sentimentaloide, pero Yoko Ogawa es japonesa, y eso significa sutileza y contención: “la belleza sencilla y verdadera de un larguísimo haiku”, dice la contaportada. Cae en el tópico, pero tiene razón. En la novela hay algunas matemáticas, muy sencillas. Según iba leyendo, me preguntaba cómo aparecería la fórmula de Euler, mucho más difícil de explicar que los conceptos sobre números primos, perfectos, amigos o triangulares que van saliendo. Finalmente aparece, y lo hace de una manera que puede resultar incongruente o absurda, pero que a mi me ha parecido uno de los rasgos de auténtico talento de la novela. En una escena ambigua pero decisiva, el profesor, al que el accidente ha convertido en algo parecido a un idiot savant, incapaz para comunicarse salvo con las matemáticas, escribe la fórmula como protesta ante la injusticia que está presenciando. Y sin que Ogawa explique nada, sabemos lo que significa: ante la fealdad de la mentira, la fórmula, como un grito, proclamando la belleza y la verdad. La acción absurda del profesor da resultado. Y nosotros nos lo creemos: una demostración (matemática) del talento de Ogawa.