13 de Noviembre a las 19:00 H.
Barcelona.
La protagonista de esta novela corta, fechada en 1928, es una adolescente de catorce años cuyo padre se ha enriquecido de improviso gracias a un genial golpe en Bolsa, tras años de modesto trabajo en un Banco. Para inaugurar su nueva vida, la madre decide dar un baile en el lujoso piso del centro de París donde se han instalado, pero no permite que su hija vea llegar a los invitados y permanezca con ellos al comienzo de la fiesta.
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Un magnifico ejemplo de como puede desembocar el egocentrismo; la madre se obceca con el dinero y la fama, mientras la hija quiere dar aire a sus fantasias adolescentes. Un baile es lo que se interpone en los intereses de ambas. La madre quiere que todo salga perfecto y sabe que con su hija de por medio no lo conseguirá, mientras la hija quiere que el baile sea su trampolin para dar el paso de la niñez a la madurez.
Fácil de leer con final previsible.
Esta historia es un pequeño tratado de psicología, o más bien, de moral. De hecho, podríamos decir que está construída sobre un eje que vertebra todo el argumento: la mentira. En esta historia mienten todos los personajes: el señor Kampf, antiguo botones y luego empleado del banco de París, se mueve en sociedad -la sociedad parisina decadente de los títulos nobiliarios y de la alta burguesía dedicada a los negocios- con la apariencia y el aparato de un gran señor, pero debe su fortuna a un golpe de suerte en la Bolsa parisina de los años veinte. La señora Kampf, con el boato de una dama de Corte del siglo XVIII, domina la topografía nobiliaria parisina como si sus orígines fuesen de noble cuna, cuando no deja de ser una antigua dactilógrafa, que sueña con el amor de su vida, aquel hombre que la eleve a las cotas más sublimes de sensualidad. Antoinette Kampf, la hija del matrimonio, es una adolescente víctima del desamor de sus padres, llena de rencor a toda autoridad castrante, descreída hasta de su Dios, y en ese sentido falta de piedad y amor a nada ni a nadie; llevada por ese odio y por la envidia que le suscita el amor de Betty, rompe y arroja al río las invitaciones para el baile; luego calla y mantiene con su silencio la mentira, por omisión. Mis Betty, la profesora de inglés de Antoinette, no va, como afirma, a correos a enviar las invitaciones, sino que se escapa en un taxi en busca de su primo, que no es tal, sino su amante. Miente la señorita Isabelle, la profesora de piano, alardeando de conocimientos de arte de los que carece y que no son suyos. Por fin, miente el personaje elidido de esta novela: la sociedad parisina de los años viente, llena del oropel vacuo, presa de las apariencias, víctima de la hipocresía y de la doble moral.
He leído la obra con bastante facilidad, es una prosa asequible y quizás por ello recomendable a los lectores que empiezan. En cuanto a la temática y el argumento tengo mis objeciones, las relaciones humanas que aparecen entre los padres y la joven adolescente no son en ningún caso edificantes, y el final totalmente frío y desangelado, la chica se sale con la suya a base no ser sincera y manipular como ha estado aprendiendo de su madre.
Relato breve e intenso. La autora utiliza un lenguaje directo y sencillo para describir la sociedad parisina de principios del siglo XX en la que los nuevos ricos se disputaban los primeros puestos y los títulos nobiliarios de las casas venidas a menos.
El personaje central es una adolescente que muestra al lector el conflicto permanente propio de esa edad: el deseo del aún niño que precisa del cariño y las atenciones de los padres y el empuje biológico hacia el otro sexo que señala la nueva dirección de la vida, el anhelo del amor.
De fondo el tema de la educación de los niños y sobre todo, de los jóvenes adolescentes. La autora presenta en apenas cien páginas las consecuencias que se siguen de una educación inadecuada. Los padres que se dirigen a su hijo o hija con dureza excesiva, que no le tratan con la dignidad propia del ser humano, que le enseñan a vivir en la falsedad de mostrar a los demás, incluso a los más próximos, que son lo que no son, serán los que van a sufrir en primer grado las consecuencias.
La educación del joven debe perseguir la meta de la autenticidad. La adolescencia es complicada en sí misma. No se ha dejado de ser niño afectivamente, de depender de la estabilidad de los padres, cuando se sufre una convulsión interna con las exigencias de un cuerpo sometido a la revolución hormonal. El o la joven llegarán a la madurez si atraviesan este océano en agitación ligeros de equipaje. Si no se les pide que vivan con los condicionamientos sociales propios de los adultos. Si se les enseña a ser lo que son, a aceptarse como son, a aceptar sus propios fallos y los demás mediante el bálsamo del perdón a sí mismos y a los errores de los demás. No pasa nada por admitir que nos equivocamos o que los demás se equivocan, porque por debajo de todo subsiste el cariño y la comprensión.
Corregir a un hijo es parte de la tarea. Corregir, pero no exasperar. Corregir porque buscamos al adulto que nos encontraremos al final del proceso educativo. Corregir porque buscamos la adecuación del hijo o de la hija a un mundo que precisará de su contribución para ser mejor. Queremos hijo que contribuya con su trabajo a una sociedad más justa y más solidaria. Por eso corregimos: para enseñar a nuestro hijo a ser diligente, trabajador, honrado, solidario…
Otra cosa sería torturar a nuestro hijo o hija imponiéndole que no diga o que no haga aquello que perjudicaría nuestra imagen en la sociedad. En este caso le estaríamos enseñando que lo único importante somos nosotros, los padres, y nuestra imagen. El hijo pasa a segundo término. Está en función de los objetivos sociales o económicos del padre aunque se adorne el lenguaje diciéndoles que es por su “día del mañana”. El adolescente percibirá que no se trata de su vida. Que se trata de la vida de sus padres. Se sentirá desplazado y alejado del mundo afectivo de los progenitores. Y ese dolor producirá un desgarro, una reacción de consecuencias impredecibles. Y si no, léase la novela de Irène Nèmirovsky.
La historia de un desamor. La historia de unas relaciones familiares donde lo único que prima son los intereses y la propia realización personal. Rozando lo existencialista, no deja ninguna puerta abierta a la esperanza. No me ha interesado precísamente por eso, y dudo que ahora me anime con "Suite francesa".
Es una pequeña obra de arte, del género de la literatura satírica. Recomendabilísima para gente frívola como terapia de choque.
Una excelente novela rusa: con perspicacia y maestría, el autor, va caracterizando a los personajes, presentando un período de transición entre la sociedad rusa de mediados del siglo XIX, y la confrontación generacional entre padres e hijos, que resuelve positivamente. Enfrenta el nihilismo corriente en esa época en Rusia, y el romanticismo que da sus últimos coletazos, resolviendo la situación realzando los valores tradicionales, depurándolos de la sensiblería del romanticismo. Obra fácil de leer que ofrece una solución positiva, como colofón final.
El colmo de la venganza adolescente. Los padres nuevos ricos -son muy artificiosos y artificiales- pero sirven perfectamente para el propósito de mostrar el egoismo y el abandono en que se puede tener a un objeto llamado hija, que como tiene unos sentimientos tiene unas reacciones también sentimentales en estado puro. La descripción de la escena final es realmente notoria.
Es una novela muy breve, puee decirse casi "un folleto". Está muy bien escrito. Caracteriza acertadamente a los personajes, espeicalmente la psicología de la mujer obsesionada por ser "alguien" en la alta sociedad de París de principio de siglo XX.
Es la crítica mordaz del nuevo rico, de principios del siglo XX. En pocas páginas dibuja de modo excelente la figura de la mujer que no tiene cultura ni apenas formación humana, pero que tiene, de repente, mucho dinero, y unas ganas inmensas de aparentar. Un marido que le sigue la corriente. Y una hija que sufre las consecuencias. Es una buena novela para iniciarse en la lectura, porque es muy poco extensa y el tema engancha. Anima a hacer valoraciones morales.