Moderador: Gabriel Rodríguez Pazos
Universidad Villanueva. Costa Brava 6, Madrid.
Cuarto miércoles de mes, a la hora del almuerzo.
Con el morral a la espalda y la cantimplora sujeta al cinturón, el viajero recorre los caminos y los pueblos de la Alcarria. De trecho en trecho va viviendo curiosos encuentros, minúsculas anécdotas y sorprendentes conversaciones que, impertérrito, transcribe con una nueva suave prosa que aúna realismo, comicidad y ternura.
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La vida sin filtros, sin
La vida sin filtros, sin pantallas. Eso es Viaje a la Alcarria. En unos tiempos como los nuestros en que, parafraseando la canción de Arnau Griso, parece que a todo hay que sacarle fotos, no sea que lo veamos con nuestros propios ojos, un libro como este nos invita a zambullirnos en la realidad: la realidad del camino y las leguas andadas, paso a paso, los colores, los olores, los sabores, los paisajes, los pueblos con sus historias y su paisanaje, los diálogos cara a cara, sin guasap, sintiendo el aliento del otro y pudiendo interpretar sus gestos... Un libro lleno de vida, un soplo de aire fresco en una época en la que parece que nos estamos olvidando de vivir.
Estamos ante un alarde de
Estamos ante un alarde de preciosismo del lenguaje, con una riqueza de vocabulario que está lejos del hablar vulgar de la gente, también seguramente de la gente de entonces. Hay momentos, incluso, en que engarza una serie de palabras que califican a los personajes o cosas que aparecen en escena y que mueven al lector interesado a buscar en el diccionario o en Google, que está más cerca y lo sabe todo, sobre cual es el significado. La descripción de los lugares y personas nos llevan a un mundo desconocido, pues al fin y al cabo son de una época y una localización ajena a nuestra vida actual. Desde luego se trata de una lectura amena y de gran interés, por la forma y por el fondo.
Cela no es santo de mi
Cela no es santo de mi devoción. Podría haber quedado en los manuales como ejemplo de literatura de un determinado periodo histórico; en concreto de la literatura española de postguerra; pero al concederle en 1989 el Premio Nobel colocaron el listón demasiado alto para él y para su obra. Después llegó el espectáculo; porque Cela tenía una segunda vocación, que era el circo.
Un libro de viajes es una obra sencilla; son descripciones y anécdotas. No es una obra de creación sino recreación, copia del natural. De una copia se espera que sea realista; fiel al modelo que trata de retratar. Y "Viaje a la Alcarria" lo es. Primero porque el autor utiliza una prosa llana, sin tropiezos sintácticos. En este sentido esta obra se ha utilizado en las clases de literatura como modelo de escritura en castellano. Es igualmente realista porque Cela es un hombre campechano, que no sólo no rehuye sino que disfruta mezclándose con los tipos populares y si son raros mejor. No teme introducirse en el cuadro para dibujarlo. Por último porque, escrita entre 1946 y 1947, da testimonio de una España que hemos conocido. Una España castiza y pobre pero no odiosa, ni falta de alegría como algunos han pretendido. Una España en la que se reía más que ahora.
El autor recurre en algún momento a la escena impactante, como la bofetada que recibe gratuítamente un mendigo llamado León (pág.37). Es el llamado tremendismo que alguna vez ha utilizado Cela y que le va tan bien a su escritura. España también es así. ¿Qué mayor ejemplo cabe de mala educación y carácter intratable que una guerra civil como la que acababa de pasar el país?
Con Viaje a la Alcarria, Cela inicia sus incursiones en un género en el que se ha revelado como un maestro excepcional: el libro de viajes. A Viaje a la Alcarria (1952) siguieron Del Miño al Bidasoa (1952), Primer viaje andaluz (1959), Viaje al Pirineo de Lérida (1965), libros que, a pesar de su carácter documental, no están exentos de virtuosismo estilístico, y en los que se recogen artísticas descripciones de paisajes, libros en los que Cela ofrece a menudo todo tipo de personajes y situaciones de la vida cotidiana que observa con detalle sin emitir juicio alguno sobre unos y otras, y que sabe trasladar a unas páginas de cuidadísima elocución, en las que suele aflorar, por momentos, un lirismo capaz de despertar en cualquier lector una contenida emoción.
Este Viaje a la Alcarria comienza el 6 de junio de 1946 y concluye diez días después, el 15 de junio en el descubrimos una prosa en la que no se sabe qué admirar más: si su flexibilidad, dinamismo y expresividad, su aparente despreocupación formal, o ese estilo tan personal fruto de la más concienzuda elaboración literaria.
Para entender el concepto que Cela tiene de lo que deben ser los libros de viaje, nada mejor que sus propias palabras entresacadas de la “Nota a la primera edición de Austral”: “En el Viaje a la Alcarria -escribe Cela-, las cosas están contadas un poco a la pata la llana y tal como son o como se me figuraron. En esto de los libros de viajes, la fantasía, la interpretación de los pueblos y de los hombres, el folklore, etc., no son más que zarandajas para no ir al grano. Lo mejor, según pienso, es ir un poco al toro por los cuernos y decir aquí hay una casa, o un árbol, o un perro moribundo, sin pararse a ver si la casa es de éste o del otro estilo, si el árbol conviene a la economía del país o no y si el perro hubiera podido vivir más años de haber sido vacunado a tiempo contra el moquillo. En los libros de viajes suele sobrar la pedantería, que también es lo más fácil de poner”.