Allá por los finales de los años ochenta del siglo pasado, si no me falla la memoria, me impresionó la lectura de La lluvia amarilla de Julio Llamazares, sobre los últimos moradores de un pueblo del Pirineo aragonés. Después he leído casi todos los libros de este escritor leonés, entre otros, El río del olvido y Distintas formas de mirar el agua, en los que narra sobre lugares despoblados o extinguidos. También por tierras del alto Aragón, en el somontano oscense, no muy lejos de Barbastro, he sido testigo, a lo largo de varios años, de la desaparición de una aldea. Cuando la descubrí, ya no vivía nadie, pero aún se mantenían en pie algunas casas y la iglesia con el campanario. Sin embargo, en visitas más recientes, he comprobado que ya no quedan más que los cimientos de algunas casas invadidos por la maleza. Otro impacto fue el entierro de un amigo mío, hace dieciséis años, en Tejado, un pueblecito de Soria, cerca de Almazán, que contaba entonces con unos pocos vecinos (no conseguí que me dijeran cuántos). Y, para no salir de las tierras sorianas, qué decir de los cuatro libros del periodista Abel Hernández sobre la sierra de la Alcarama, donde nació.