Prácticamente cada día nos desayunamos con algún caso de los que encuadramos dentro del término “violencia machista”. Sabemos, sin embargo que el problema es complejo y sus causas no son producto exclusivo del talante machista de los agresores.
Detrás de muchas de las agresiones puede haber también problemas de drogodependencia, de alcoholismo, de ludopatía u otras adicciones. La familia podría ser el lugar de la prevención y de la contención de estos problemas, pero la sociedad y la política no terminan de percatarse de que una familia en riesgo pierde la capacidad de reacción para ayudar a sus miembros.
En muchas ocasiones existe ya una previa violencia intrafamiliar que provoca resentimiento y odio en las relaciones humanas entre los miembros de la familia. Muchos de estos casos se explican por la existencia de personalidades violentas en el hogar familiar y además suelen ser entornos familiares con una comunicación deficiente; en los que predominan actitudes defensivas y sus miembros no se apoyan entre sí; en las que no hay actividades familiares que propicien la participación; en las que las relaciones de los padres suelen ser conflictivas y violentas, y en las que las relaciones paterno-filiales se caracterizan por actitudes hostiles.
Es preciso, ciertamente, potenciar mucho más una acción educativa general y más concretamente dirigida a los potenciales maltratadores, para que interioricen que la vergonzosa violencia que a veces se ejerce sobre las mujeres y el maltrato familiar, no constituyen una muestra de fuerza masculina sino una cobarde degradación. Pero no nos podemos quedar sólo contra la violencia verbal, física y sexual que se ejerce hacia las mujeres, pues existen otras formas también impresentables de violencia como la grave mutilación genital de la mujer en algunas culturas o la desigualdad del acceso a puestos de trabajo dignos y a los lugares donde se toman las decisiones. La historia lleva las huellas de los excesos de las culturas patriarcales, donde la mujer era considerada de segunda clase, pero recordemos también el alquiler de vientres o la instrumentalización y mercantilización del cuerpo femenino en la actual cultura mediática.
Es urgente educar en el cultivo del amor auténtico entre hombre y mujer, lo que permitirá luchar eficazmente contra el mal de la agresividad y la amenaza. El amor no se deja dominar por el rencor o por el desprecio hacia las personas o el deseo de lastimar o de cobrarse algo. En este contexto se encuadra la necesidad de inculcar una visión positiva de la sexualidad, porque no podemos ignorar que muchas veces la sexualidad se despersonaliza y también se llena de patologías, de tal modo que pasa a ser cada vez más ocasión e instrumento de afirmación del propio yo y de satisfacción egoísta de los propios deseos e instintos. Existe el riesgo de que la sexualidad sea poseída por el espíritu venenoso del usar y tirar, pues el cuerpo del otro es con frecuencia manipulado como una cosa que se retiene mientras brinda satisfacción y se desprecia cuando pierde atractivo. Esto a la larga genera formas de dominio, prepotencia, abuso, perversión y violencia sexual, que son producto de una desviación del significado de la sexualidad y que sepultan la dignidad de la mujer debajo de una oscura búsqueda de sí mismo.
Sin lugar a dudas esto genera también un rescoldo de cenizas candentes mal apagadas, que cuando se avivan por el despecho que produce en el egoísta agresor, por ejemplo, un rechazo o separación, pueden conducir a una agresión brutal como por desgracia vemos a menudo.
Una educación sexual que cuide un sano pudor tiene un valor inmenso, aunque hoy algunos consideren que es una cuestión de otras épocas. Es una defensa natural de la persona que resguarda su interioridad y evita ser convertida en un puro objeto. Sin el pudor, podemos reducir el afecto y la sexualidad a obsesiones que nos concentran sólo en la genitalidad, en morbosidades que desfiguran nuestra capacidad de amar y en diversas formas de violencia sexual que nos llevan a ser tratados de modo inhumano o a dañar a otros.
Juan A. Alonso
Presidente de “Solidaridad y Medios”.