Me contaron recientemente que cierta institución educativa envió a uno de sus profesores a informarse sobre los planes pedagógicos de algunos colegios señeros de Estados Unidos. En uno de ellos, su anfitrión le dijo que tenían tres objetivos fundamentales, para sus alumnos: que leyeran bien, que escribieran bien y que hablaran bien en público, y añadió que si lograban esto lo demás era secundario, porque estaban convencidos de que esta era la mejor preparación para afrontar el futuro con acierto.
También me contaron de una persona que presentó un brillante currículo a una empresa –notas excelentes, idiomas, diversos másteres…–, pero que fue rechazada, al comprobar que redactaba muy defectuosamente en castellano.
Y, hace pocos días, cayó casualmente en mis manos una hoja bien editada –el papel, el diseño, las fotos…–, en la que se informaba de una reunión para en una ciudad europea. Cuál no fue mi sorpresa al leer el texto: faltas de ortografía, criterios dispares en el uso de mayúsculas, léxico paupérrimo... Me tomé la molestia de coger un lápiz y revisar lo escrito: casi no dejé títere con cabeza, porque no hubo línea en la que no tuviera que señalar algún error o alguna errata. Era evidente que nadie se había molestado en revisar aquel texto, porque algunos errores eran muy llamativos y no hacía falta ser filólogo para detectarlos, bastaba con mirar, con releer con un poco de atención.
Mal síntoma el desinterés por la calidad de la expresión oral y escrita, que son herramientas imprescindibles, que todos usamos constantemente de un modo u otro. Probablemente, por poner un ejemplo, hay pocas actividades que generen tanto papel como las relacionadas con el Derecho: bufetes de abogados, juzgados, la administración pública, gestorías… Se trata de un lenguaje especializado, hasta tal punto que, para el profano en las cuestiones jurídicas, resulta muy poco atractivo, farragoso e incluso difícilmente comprensible. Sin embargo, por la trascendencia que tiene este tipo de escritos para la sociedad, sería muy deseable que ganaran en claridad, precisión y calidad y abandonara los vestigios decimonónicos.
A esto puede contribuir sin duda el libro de Ricardo Jiménez Escribir bien es de justicia (Thomson Reuters-Aranzadi), del que acaba de salir la segunda edición ampliada y revisada, en la que, entre otras mejoras, hay que destacar el capítulo Lenguaje argumentativo, indispensable para cualquier buen profesional del Derecho. Libro claro, muy útil, con abundantes ejemplos y ejercicios. Ojalá lo conozcan también los estudiantes de Derecho, para que todos salgamos ganando.
Luis Ramoneda
Ricardo Jiménez y Joaquín Mantecón, Escribir bien es de justicia. Thomson Reuters-Aranzadi, 2016, 222 pgs.